La revolución de Rojava marcó un antes y un después en la convulsa región desangrada por los conflictos locales auspiciados por el componente racial y religioso. Mientras los partidarios del más ortodoxo yihadismo se ocupaban de ganar terreno en Siria, en este rincón del Kurdistán se llevaba a cabo un proceso de revolución social capitalizado por las mujeres, como parte imprescindible del Movimiento de Liberación kurdo.
Recordemos que mientras el PKK es considerado una organización terrorista, por su enfrentamiento abierto con Turquía –miembro de la OTAN–, otros tantos organismos avalan la lucha a favor de los derechos humanos de otras organizaciones afines. De hecho este punto causó problemas para Finlandia y Suecia, por su apoyo a lo que Ankara considera terroristas kurdos, a pesar de que la revolución de Rojava no persigue la creación de un estado kurdo, sino la coexistencia pacífica entre los estados-nación preexistentes, y una suerte de convivencia confederal cimentada en valores democráticos y el respeto a las diferencias por motivos de origen o confesión religiosa.
En este sentido Rojava se hizo más conocido en el seno de la guerra civil siria por la férrea resistencia a los totalitarismos que impulsaban en la zona Estado Islámico. Como parte fundamental de la revuelta, las mujeres también se hicieron cargo de la seguridad de la comunidad, y con sus armas la defendieron de los ataques de los yihadistas, que especialmente esquivaban a las mujer soldado de Rojava, ante la creencia de que si una de ellas les daba muerte no alcanzarían la recompensa prometida en el paraíso.
En todo este tiempo muchas han muerto, y se han convertido en mártires por una causa que no tiene parangón en todo Oriente Medio. No obstante, el énfasis sobre el terreno y las victorias militares les han granjeado un importante grado de autonomía bajo los principios de igualdad de género, descentralización, desarrollo ecológico, y la tolerancia a la diversidad de religiones, etnias y culturas.
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