Expertos señalan que, al congelar el pan, el almidón que compone aproximadamente el 80% de la harina de trigo sufre un proceso de retrogradación. Este cambio en su estructura lo convierte en una especie de fibra que el intestino no puede absorber por completo. Este almidón resistente llega al colon, donde las bacterias intestinales lo fermentan, produciendo butirato, un ácido graso de cadena corta con propiedades antiinflamatorias que contribuye al bienestar del intestino.
Además de sus beneficios para la microbiota, congelar el pan también es una estrategia eficaz para reducir el desperdicio alimentario. Al descongelarlo según las necesidades de consumo, se evita que el pan se endurezca o se eche a perder, permitiendo aprovecharlo por completo y evitar su desecho prematuro.
Para potenciar los beneficios de esta práctica, se recomienda optar por pan integral, ya que su contenido en fibra es mayor, y combinarlo con otros alimentos saludables. Por ejemplo, acompañar el pan con aguacate, aceite de oliva, tomate o hummus puede enriquecer aún más nuestra dieta.
Es importante destacar que, aunque congelar el pan puede mejorar su perfil nutricional, no debe considerarse una solución mágica para mejorar la calidad nutricional del pan. Los efectos inmediatos de congelar el pan pueden ser positivos, pero no hay evidencia que sugiera que tenga un impacto a largo plazo en el control del peso o en la prevención de enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2.
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