El agua con gas contiene ácido carbónico disuelto, lo que le otorga sus características burbujas. Esta carbonatación puede proporcionar una sensación de saciedad, lo que resulta útil para quienes buscan controlar su apetito. Además, algunos estudios sugieren que el consumo de agua con gas puede facilitar la digestión al estimular la secreción de ácidos gástricos. Un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición del CSIC indicó que la ingesta de un litro diario de agua mineral carbónica durante las comidas puede reducir el colesterol y los índices de riesgo cardiovascular.
El agua sin gas es la forma más natural y común de hidratación. Carece de las burbujas características del agua con gas y no contiene ácido carbónico. Es ideal para quienes prefieren una bebida sin efervescencia y es menos probable que cause molestias digestivas, como hinchazón o gases, que algunas personas pueden experimentar con el agua con gas.
A pesar de sus beneficios, el agua con gas puede no ser adecuada para todos. Su acidez puede contribuir a la erosión del esmalte dental si se consume en exceso. Además, para quienes padecen problemas gastrointestinales, como reflujo gastroesofágico o síndrome del intestino irritable, el agua con gas podría exacerbar los síntomas debido a la liberación de dióxido de carbono en el estómago.
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El agua con gas suele tener muchísimo más sodio que la que carece de gas. Por tanto aumenta la tensión arterial.