No hay que acordarse solo de los Reyes Magos, pues los camellos con los que viajan también agradecen algo de comer. | Freepik

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La noche del 5 de enero, víspera de la Epifanía, es una de las más mágicas y esperadas en España. Los hogares se preparan para recibir la visita de los Reyes Magos, quienes, según la tradición, recorren el mundo entregando regalos a los niños que han sido buenos durante el año. Parte de esta costumbre implica dejar ciertos obsequios para Melchor, Gaspar y Baltasar, así como para sus fieles camellos, con el fin de agradecer su generosidad y facilitar su arduo viaje.

Es habitual dejar algún tipo de bebida para los Reyes Magos. En muchas familias, se coloca una copa de licor, como coñac o anís, para cada uno de ellos, con la intención de que puedan calentarse y reponer energías en su largo recorrido nocturno. Sin embargo, también es común optar por bebidas no alcohólicas, como leche o zumo, especialmente en hogares con niños pequeños, fomentando así hábitos más saludables.

Junto a las bebidas, se suelen disponer dulces y galletas para agasajar a Sus Majestades. Los polvorones, mantecados o turrones, típicos de la Navidad española, son opciones frecuentes que se colocan en una bandeja, simbolizando hospitalidad y agradecimiento. Estos manjares no solo representan un gesto de cortesía, sino que también alimentan la ilusión y la imaginación de los más pequeños, quienes participan activamente en la preparación de estos detalles.

No debemos olvidar a los camellos, compañeros indispensables de los Reyes Magos en su travesía. Es costumbre dejarles algo de alimento, como hierba fresca o zanahorias, para que puedan reponer fuerzas y continuar su viaje sin contratiempos. Este gesto enseña a los niños la importancia de cuidar y respetar a los animales, inculcando valores de empatía y consideración desde temprana edad.

Además de los alimentos y bebidas, algunas familias colocan agua para los camellos, asegurándose de que también tengan algo para beber. Este detalle completa la atención hacia los visitantes, mostrando una preocupación integral por su bienestar.

La preparación de estos obsequios se convierte en un ritual familiar que fortalece los lazos y mantiene viva la tradición. Los niños, con ojos brillantes de emoción, participan en la disposición de las viandas, escriben cartas y dejan sus zapatos bien colocados, esperando encontrar al día siguiente los regalos prometidos. Este conjunto de acciones no solo alimenta la fantasía, sino que también promueve valores como la generosidad, la gratitud y la ilusión compartida.