tribuna

Diga melón

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Hay una canción tan pegadiza que acaba por resonar en el cerebro como un martillo pilón. Luis Aguilé, en los inicios de los setenta cantaba «Es una lata el trabajar». No es un himno para levantar un país, créame, pero sí para ilustrar algunos trabajos que ya nadie debería desarrollar. Algunos son tan así, que ya ni siquiera se realizan en nuestro país, tal vez porque nadie quiere hacerlo y menos que algún vecino suyo sepa que se dedica a ello. Lo digo porque si tuviera delante de mi vista, a la amable señorita, que cada día, por lo menos dos veces, una en plena hora de la siesta, y la otra justo cuando estoy cenando en casa y en familia, me incordia con su llamadita inoportuna, necesitaría una camisa de fuerza para controlarme.

No quiero cambiar de compañía telefónica ni de la luz y mucho menos quiero invertir el dinero que no tengo. El Gobierno se tiró el moco diciendo que prohibiría el telemarketing y me siguen jodiendo el día para venderme cosas que no quiero. Mi teléfono lo pago yo y nunca se me ocurriría llamar a la dulce señorita a las nueve de la noche para venderle nada. No soy tan maleducado. Ellas y ellos, cobran para molestar, incordian, son pesados y molestos. Y los demás somos pobres sufridores impotentes que no tenemos derecho a nada. Les invito a insultarles, con educación claro. Como la de ellos. A ver si lo dejan.