Les coses senzilles
La última cena
Conocí a un mendigo que antes de ser pobre había conocido un discreto pasar, pero dando tumbos por la vida había llegado a pedir limosna, no como el amigo de mili de mi amigo, que se dedicaba a ello como oficio, sino pobre de solemnidad. Ya no recuerdo su nombre. Es lo que pasa con los años, uno empieza por olvidar nombres y acaba por no saber si ha vivido. Si vivim, coses veurem. (Quien mucho vive, mucho ve). No sé si se llamaba Antonio, José, Juan, Francisco o David. A lo mejor le decían Tito y eso encajaba con tantos nombres que el suyo propio resultaba inextricable. (Inextricable es sinónimo de confuso, enredado y complicado). Así pues, Tito Confuso. Me dijo que llevaba cientos de noches sin cenar, y no era por hacer ayuno intermitente, sino por pura miseria, de modo que le invité a un restaurante que él mismo eligió. «Llévame a un restaurante vegetariano», me dijo, y cuando le pregunté por qué añadió: «Por puro capricho». A lo mejor dijo: «Porque no sé cómo se come eso». Entonces yo tampoco lo sabía.
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