Ya conoce el lector la traducción de este verbo que, según contexto, abarca desde un suave «fastidiar» hasta el más rotundo y universal «joder». En el caso de la frase de Trump dedicada al nacimiento de la Unión Europea, sospecho con fundamento que se refería a la segunda, no relacionada precisamente con sexo, a pesar de proceder de un aventajado experto.
En un recordado viaje por el sur de Inglaterra, a caballo de Somerset, cuartel general de la reconocida firma de arte contemporáneo Hauser& Wirth, y Portsmouth, el importante puerto militar británico reconvertido acertadamente en centro histórico y cultural, recalé en Bath, la ciudad que conserva importantes termas testimonio de hasta donde llegó Roma y que fue centro de ocio y diversión de varias generaciones de londinenses allá por el siglo XVIII. Allí aprendí, leyendo su historia, una sabia definición de las meretrices: «mujeres de afectos negociables». Breve, clara.
Aparte de buen empresario, los norteamericanos tienen en Trump a un gran negociador. Todo lo ve negociable, como en Bath, ya se trate de Ucrania, Panamá, Groenlandia o Taiwán. Por supuesto en las negociaciones entran beneficios industriales, tierras raras, intereses de la deuda o aranceles. Para reforzar su liderazgo, se ha rodeado de otros buenos «negociadores» como Elon Musk (343.000 millones de dólares en caja) Mark Zuckerberg (232.000) o Jeff Bezos («solo» 230.000) los más ricos del mundo. No sé si también se consideran «jodidos» por nuestra Europa. Para nada hablan de compromisos éticos, valores o responsabilidades históricas. Negocian incluso con la seguridad de las poblaciones civiles. ¿Se puede esperar que respeten a muertos, heridos o prisioneros?
Nunca podremos negar el sacrificio de miles de soldados norteamericanos en las dos guerras civiles europeas, que se convirtieron en Guerras Mundiales. Pero, paralelamente a su sacrificio, las estructuras económicas de su país conocieron enormes impulsos; su administración y sus universidades se beneficiaron de los mejores cerebros europeos del momento. A la vez sus políticos, sutilmente, facilitaron que Europa se trocease y consecuentemente, nunca fuese competitiva. La Primera Guerra Mundial estalló cuando la formaban doce países. Tras las dos grandes guerras, hoy superan la treintena, sin contar satélites de la actual Rusia. Indiscutiblemente las élites económicas e industriales norteamericanas se beneficiaron de estos fraccionamientos y, sin competencia seria, construyeron un imperio.
Sí, por supuesto: gracias al sacrificio de sus soldados. Sé que la figura no es nueva: todo imperio se ha construido sobre los esfuerzos de sus legiones.
Hoy, a trancas y barrancas, se va consolidando una Europa de veintisiete naciones, posible competidora de este imperio. ¡Cómo es posible que Airbus venda más aviones que Boeing! ¡Y si saben construir aviones comerciales, que aprendan a fabricar misiles balísticos intercontinentales para defenderse! Más socarrón, nos recuerda el «premier» polaco Donald Tusk: «¿Cómo es posible que 450 millones de europeos pidan ayuda a 340 millones de norteamericanos para defenderse de una Rusia con 140?».
Robert Kaplan dedica su último ensayo «Tierra Baldía»1 a África, el gran continente olvidado. Intuye cómo será su relación con Europa y en especial, con las corrientes migratorias: «Ya pueden poner barreras; refugiados e inmigrantes encuentran siempre la manera de entrar en los países más ricos, una situación que puede ser especialmente grave para España, Italia y Grecia; pero también puede ser una oportunidad».
Aunque el libro esté escrito antes de la entronización de Trump, en su presentación y entrevistas, no ha podido Kaplan eludir la situación actual. «Es tan compleja esta Europa de 27 países con otras tantas lenguas y culturas, con tan diferentes problemas y con tendencia a dividirse más, que no puede compararse a Estados Unidos». «Si EEUU decide no liderar más a Europa y a la OTAN, no hay nadie más que pueda hacerlo; no será Francia o Alemania digan lo que digan sus líderes, pues los intereses son muy distintos; si el liderazgo de EEUU desaparece, Europa sucumbirá como proyecto político unitario, porque será incapaz de coordinarse».
Preocupantes reflexiones, a las que deberíamos responder los europeos con unidad, asumiéndolas como reto, como estímulo.
Entra Kaplan en aspectos que frecuentemente obviamos: «Los mercados financieros globales han sorteado, con éxito -dice-, las guerras de Gaza y Ucrania; pero si se extendiese al mar de la China Meridional (Taiwán) tendría un efecto devastador en los mercados mundiales, en los ahorros privados y en las cuentas de jubilación de la gente de todo Occidente». Fondos norteamericanos2 tienen fuerte presencia en Ucrania, no solo en préstamos e intereses de su deuda, tierras raras y proyectos de reconstrucción. Son fondos que salieron de su buitrera para apoyar la carrera presidencial de Trump. ¿Qué les debe? ¡Son las otras legiones de su Imperio!
1 Toma el nombre, «Waste Land» del conocido poema de Thomas S. Eliot. (Misuri 1888-Londres 1965).
2 «Black Rock», (gestiona fondos en 19 empresas de las 35 de nuestro IBEX); «Amundi»; «Amia Capital».
* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 13 de marzo de 2023