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Ser un perfecto canalla, lo que de por sí incluye parecer el mejor de lo hombres y víctima de los ataques de otros canallas imperfectos, no era nada fácil. No basta carecer de escrúpulos y actuar siempre y únicamente según tus intereses; eso ya se da por descontado. Además, se requería cierta cultura humanista y grandes cualidades para el engaño y la seducción, así como tener suerte (condición indispensable para Napoleón) y alcanzar pronto algún grado notable de poder, ya que si se carece de él, o bien las canalladas no están funcionando (un canalla incompetente), o bien duran poco porque ya todos están enterados y adoptan precauciones. Un canalla descubierto en su mar de canalladas, ya no puede seguir desarrollándose y perfeccionándose. Se queda corto, en proyecto.

Lo explicaba Alberto Pimenta en su «Discurso sobre el hijo- de-puta», y todos los manuales para canallas, que son abundantísimos hoy en día y hasta se venden como libros de autoayuda, insisten mucho en estas obviedades preliminares.

También recurren a las enseñanzas de los sabios (Gracián, Nietzsche, Heródoto, Maquiavelo, Schopenhauer, Sun-tzu y su Arte de guerra, etc), aunque no exactamente para que el aspirante a perfecto canalla entienda lo que tales sabios dijeron, sino para que entienda solo lo que puede entender un canalla. Lo que le conviene, a su canallesca manera. En fin, que si hay tantos breviarios del tema, incluso en escuelas de negocios y entre los politólogos, supongo que será porque tienen éxito. Ahora bien, tras años de estudio cerca del fenómeno de lo canallesco, y no sin largas reflexiones basadas en hechos reales, mi primera conclusión es que si históricamente ser un perfecto canalla no era fácil y exigía conocimientos y facultades especiales, en el presente y con ayuda tecnológica, está al alcance de cualquier capullo. Solo hay que dejarse llevar un poco por el rumor y el impulso de la multitud, de modo que el propio ambiente ya dicta el comportamiento. El ámbito es la brújula, la dirección y la medida. Está chupado. En cuanto a mi segunda conclusión, si la hubiere, todavía no he llegado. O me faltan datos, o me falta perspicacia, o me faltan ganas. Ya lo veremos.