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No sé si te mueves por el mundo de las redes sociales, pero por si a caso, te explicaré una de las últimas tendencias que puedes encontrar si desperdicias algunos ratos de tu vida en ese cajón de contenido bobo que nos tiene más aprisionados de lo que nos pensamos. ¿No sabes qué es tendencia? Sin problema, te lo explico. Una tendencia es un comportamiento o patrón delante de un vídeo que triunfa y que imita un montón de gente, y alguna persona.

Por ejemplo. Hace unos años la tendencia era grabarse bajando del coche en marcha y bailando durante unos segundos mientras el vehículo continuaba. La mayoría lograba, con menor o mayor estilo, cuadrar un vídeo simpático aunque no exento de riesgo. Hubo, también, quienes protagonizaron auténticos despropósitos como los que acabaron con el coche estampado contra algo, perdiendo el equilibrio pegándose la soberana leche o teniendo que correr para volver a entrar en el coche y evitar la desgracia. Eran idiotas sin gracia que pretendían ser menos idiotas de lo que les gustaría y más graciosos de lo que eran.

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Es solo un ejemplo del millar de tonterías que inundan las redes sociales y que, aunque me duela reconocerlo, nos atrapan para conseguir el tenebroso objetivo real que tiene una red social que es el de hipnotizarnos para que pasemos horas (no exagero, cuenta cuánto tiempo le dedicas) dándole a la pantalla. Una de las últimas tendencias la protagonizan dos personas. Da igual la relación que tengan entre ellas, pueden ser amigos, pareja o conocidos que, bajo la premisa pactada de «escuchamos, pero no juzgamos» ofrecen una especie de escenario libre de prejuicios que les permite contarse cosas sin filtro, sin miedo y con el beneplácito de que no se soltará ningún golpe como reprimenda. Los hay que son sosos pero la mayoría incluye auténticas joyas del ‘salseo’. Infidelidades, traiciones, engaños, reconocimiento de meteduras de pata sonadas en las que hasta el momento había habido una evidente omisión del delito. Básicamente consiste en asumir públicamente y ante una cámara lo que presumiblemente se intuía con un elevado grado de valor. Tanto por el que lo reconoce, sin miedo a las represalias, como por el que escucha, que debe tener el suficiente aplomo para no encabronarse.

¿Y a mí, qué? Te estarás preguntando si la curiosidad te ha mantenido hasta aquí. Ya nos gustaría que los responsables, los responsablos y las responsablas de todo esto tuviesen la mínima decencia, ante un error, de decir: «Sí, lo admito». Pero creo que eso no lo veremos. Ser suficientemente valiente para ser sincero y admitir las consecuencias no es todavía, a día de hoy, una tendencia.