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Hace pocos días, el periodista del «New York Times» Ezra Klein publicaba un artículo de gran interés, con el título «No le creas». Se refiere a no creer todo lo que promulga Trump, que lanza día sí y otro también diferentes propuestas –a cual más descabellada– que disloca a sus interlocutores y a la opinión pública. En paralelo, George Lakoff, el afamado lingüista norteamericano, ha escrito 17 normas esenciales para enfrentarse a la caótica situación actual, generada por el nuevo presidente estadounidense y su equipo. Algunas de esas normas son de gran interés: fomentar las conexiones reales, construyendo relaciones sólidas con vecinos, amigos y compañeros de trabajo; buscar fuentes de información basadas en la realidad, huyendo de la intoxicación; exigir responsabilidades, en el sentido de valorar la rendición de cuentas; aprender de la historia, revisando movimientos pasados para entender qué funciona y qué no; persistir, como mejor resistencia. La periodista palestina Muná Hawwa ha publicado un trabajo en el que destaca la estrategia de la confusión elaborada por la nueva administración estadounidense, con influencias claramente goebbelianas: la repetición de ideas falsas hasta que estas sean admitidas como una verdad, como realidad.

Estos ejemplos expuestos son tres casos de intelectuales y profesionales que están analizando en clave crítica lo que está sucediendo. Las armas del pensamiento constituyen un arsenal básico para combatir el reguero de mentiras y negacionismos. Y no solo bajo el prisma de la economía, que es un terreno fundamental que acabará sacudiendo todo el planeta a raíz de las medidas de Trump; sino en ámbitos igualmente determinantes, como el político y el cultural. La guerra llamemos fría que ha desatado Trump abraza el inicio de una nueva era en la que la democracia se considera como una rémora, y el Estado como un lastre que debe aligerarse al máximo. Pero, además, se trata de variar las pautas culturales aceptadas en buena parte y que han supuesto enormes luchas por parte de colectivos sociales, agentes sociales y económicos y gobiernos.

Dos son las palancas de ese trumpismo desatado: la velocidad y la inundación. La velocidad supone controlar el tiempo, en el sentido de no dar tregua con los mensajes, que deben emitirse rápidamente, sin capacidad de respuesta. La inundación infiere controlar la situación por medio del caos: saturar los medios y la opinión pública con un alud constante de declaraciones y decisiones, al margen de que sean viables. Dominar el relato –Lakoff, de nuevo– y la narrativa política. Esto promueve discusiones continuas por parte de todos los receptores de esas soflamas, que no tienen posibilidad de «recuperarse» de una porque la siguiente ya está en marcha y reclama, a su vez, respuestas precisas.

Las teorías de Klein, Lakoff y Hawwa invitan a reflexionar sobre el contexto en el que nos movemos. Urge articular respuestas contundentes, sobre todo desde la Unión Europea, porque lo que pretenden Trump y sus acólitos –que visitaron España hace pocos días de la mano de la ultraderecha– es, precisamente, destruir los fundamentos del estado del bienestar.