La soledad está sobrevalorada. Me explico: estar solo unas horas o unos días puede ser genial. Todos necesitamos tiempo de encuentro con nosotros mismos, de mirar hacia dentro, de ubicarnos en el espacio y el tiempo, de silencio amigo o reflexión plácida. Sin embargo, no es lo mismo querer estar solo que tener que estar solo. Cuando la soledad no es opinión libre sino imposición de la vida, es un desastre. Se han hecho numerosos estudios psiquiátricos que demuestran que la soledad continuada fomenta la demencia y el alzhéimer. Las personas estamos hechas para la convivencia con los otros, para la conexión en grupo y el intercambio de opiniones, proyectos y sentimientos.
En Japón, encontramos las ciudades donde hay más individuos que viven solos. La cantidad de horas de trabajo, la rigidez de la vida ciudadana, las dificultades de socialización… hacen que el individualismo y la soledad sean grandes protagonistas del día a día. En Japón, las personas mayores –que suelen ser siempre las más vulnerables– viven muy solas. Muchas de ellas han encontrado una alternativa sorprendente: las cárceles. Los ancianos cometen pequeños delitos con el único propósito de que les encierren en la cárcel, donde saben que van a encontrar techo, comida y, sobretodo, la posibilidad de socializar con otras personas. Algo que necesitan desesperadamente. La situación ha llegado hasta tal punto que muchas cárceles se han convertido en grandes geriátricos donde los mayores están realmente a gusto, porque tienen con quien relacionarse y compartir actividades de ocio, conversaciones, y tiempo de calidad.
¿Hasta dónde hemos llegado? ¿Este es el mundo que queremos? En Europa, el tema de los más mayores y su soledad no se ha resuelto. Antes, las personas envejecían en una familia donde se sentían respetadas y queridas. Los jóvenes aprendían de los mayores y valoraban su experiencia. La sabiduría que da la vida bien vivida. Si damos la espalda a quienes nos dieron la existencia, ¿qué futuro nos espera?