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Imprescindible reflexión de la profesora de la Facultad de Derecho de la UIB, Margalida Capellà, acerca de la insuficiente preparación de las nuevas generaciones de estudiantes de leyes. Las dificultades para la comprensión y el razonamiento estructurado son hoy en día endémicas, lo que para un jurista resulta dramático. Los jóvenes dominan herramientas digitales esencialmente intuitivas, especialmente las que suponen una retribución inmediata en términos de ocio y divertimento. Pero, al mismo tiempo, presentan unas carencias gravísimas de lo que en su día denominábamos ‘cultura general’, es decir, el acervo de saberes del que cualquier persona instruida de las precedentes generaciones podía, sin necesidad de estudios superiores, dar muestra. Muchos alumnos no han visto un mapa político en su vida y son incapaces de situar correctamente provincias españolas o países de nuestro entorno, y operaciones matemáticas simples y útiles para la vida diaria se ignoran por completo. A ello contribuye que la promoción de curso es un regalo que se da incluso con asignaturas suspendidas.

El paisaje es desolador. Y si la profesora Capellà se lamenta de los alumnos de Derecho, otro tanto podrían hacer muchos colegas del ramo universitario de la Educación y el Magisterio. Sencillamente, resulta inadmisible que promocionen futuros profesores que cometan faltas de ortografía o que confiesen sin ruborizarse que no leen habitualmente porque no les gusta.

Todo ello, consecuencia de la indecente rebaja del nivel de exigencia escolar con la falsa excusa de la integración de los menos dotados. Estamos condenando a los más talentosos al fracaso si no son capaces de autogestionar su aprendizaje. En el mejor de los casos, serán una exigua minoría reflejo de su entorno familiar.

En el caso de los docentes, estas incomprensibles fallas formativas garantizan el efecto bola de nieve sobre toda la sociedad.