TW

Hay una corriente peligrosa para la salud mental, que pone el foco en la responsabilidad de cada persona en su bienestar emocional. Esa postura es reduccionista y dañina, porque culpabiliza al que no logra el triunfo vital de la felicidad, obviando factores externos ajenos a uno mismo. Se ignora el contexto sociocultural, económico y psicológico, sobre el que no siempre se puede actuar. Que se lo digan a un crío nacido en Sudán, con ínfimas opciones para cambiar su vida, si no acaba muerto antes de llegar a la adolescencia.

Así que el discurso de todo depende de ti, de tu actitud ante la vida, de tu positividad, puede ser muy perverso. Como algunos expertos ya han alertado de la carga que supone para un enfermo de cáncer este tipo de mensajes esclavos del optimismo que no dejan cabida al llanto, la rabia y el dolor. Y gritar y enfadarse puede ser muy sanador.

Cierto que pueden afrontarse los retos con esfuerzo, dedicación y afán de superación, pero la tiranía de la sonrisa, aunque sea fingida, para afrontar la adversidad es una terapia inútil si no se acompaña de ayudas que aligeren las causas reales de la desesperación. Algunas pueden ser consecuencia de actos propios, pero otras son impredecibles o derivadas de comportamientos de terceros. Así que no se puede poner una losa encima del que sufre tristeza o angustia; lo que hay que hacer es tenderle la mano con apoyos reales y no solo con lecciones y palabras.

El bombardeo de lo guay, los planes constantes y la moda de los libros de autoayuda dejan desprotegidos a los que no logran la satisfacción y la euforia. Y esa dictadura puede derivar en un bucle terrible para cualquiera, arrastrándole a la obsesión de agradar y sentir si no quiere ser considerado un sujeto inerte y repudiado. Porque ahora sentir es la imposición, nada vale sin las experiencias sensoriales. Y es especialmente cruel para adolescentes que anhelan la vida aparentemente perfecta de jóvenes populares, pero también para los que envejecen y, descartando libremente el descanso, no se les dan salidas dignas para mantener su vitalidad, haciéndoles sentirse útiles y valorando su capacidad para aportar a la sociedad.

Las recomendaciones aceptables son las que se basan en el sentido común. Como alejarse de las personas tóxicas, entendidas como aquellas egoístas y narcisistas que socavan la autoestima de sus víctimas. Y está muy bien quererse y hasta priorizarse, pero la sandez de casarse con uno mismo revela un estado alarmante.