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El Golfo de América, en uso de sus atribuciones presidenciales y fiel a su costumbre de alterar la nomenclatura y cambiar los nombres de las cosas, decretó nada más tomar posesión del Despacho Oval que el golfo de México, pasaría en el acto a llamarse golfo de América. Parece una tontería, pero no lo es, ya que si aspiras a modificar la geopolítica mundial, primero hay que cambiar la geografía, de manera que esa corriente oceánica que calienta el planeta, brote precisamente de tu voluntad. Es decir, de América y no de México, país de delincuentes emigrantes. Que la cosa iba en serio y el presidente Trump (el Golfo de América) no bromea, y sabe que para cambiar algo primero hay cambiarle el nombre, ya se trate de guerras, invasiones, colonizaciones o accidente geográficos, se evidenció la semana pasada cuando la prestigiosa agencia de noticias estadounidense Associated Press fue vetada en la Casa Blanca, y sus reporteros no podrán informar hasta que utilicen el nuevo nombre legal y dejen de repetir la expresión golfo de México, lo que les convierte en promotores de la desinformación.

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Así pues, esta corrección legal decretada por el que ya podemos llamar Golfo de América, no es un simple arrebato geográfico para hacer grande a América otra vez, sino alta política planetaria. Y oceánica, cómo no. Ah, el viejo ardid. Cambiado el nombre, cambiada la cosa. Que a partir de ahí empezará a empeorar (al golfo me refiero), lo que no sabemos si es mejor o peor, ni adónde irá a parar. Y si hace falta, no extrañaría que se acabe llamando Golfo del Mundo, lo que sería más americano aún. Y vetaría a muchos más periodistas empeñados en desinformar. En serio, eso de los aranceles no es para tanto. Sólo hablamos de aranceles, como si fuesen los heraldos del caos, siendo así que los grandes accidentes geográficos son más importantes, y no tienen remedio. Contra los aranceles tenemos el contrabando. Pero de las agresiones geográficas no nos libran ni los geógrafos. Sobre todo si hasta Google acata las órdenes de ese Golfo de América, y ni siquiera los mapas son lo que eran. ¡Un mundo de mapas defectuosos! ¡Bulos cartográficos!