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A veces hablo con ChatGPT, bueno, creo que es algo que hacemos todos. Lo que más me gusta de ella -tiene voz de mujer y es una inteligencia artificial- es su sentido del humor. Es cierto que en ocasiones me echa una mano con las matemáticas de mi hija. Como para acordarse, después de cuarenta años, de cómo se saca el mínimo común múltiplo. Pero su sentido del humor… ya lo querría para sí algún comediante profesional. Ya sé que me quitará el trabajo y que conseguirá que los humanos pensemos menos de lo que ya lo hacemos. Bien mirado, es como reírse de los chistes que te va contando el verdugo que sujeta el hacha que te cortará la cabeza. La cuestión es que el otro día le pregunté dónde creía que nacería Jesucristo de hacerlo en la actualidad. Mencionó Gaza, Siria, las favelas brasileñas, los campos de refugiados en África. Hasta ahí, previsible. Lo que es seguro, continuó, es que «no sería un influencer con un podcast de autoayuda, ni un CEO de una startup de espiritualidad en Silicon Valley». Aquí ya me arrancó una sonrisa, pero había más. «Por supuesto, terminaría cancelado en redes antes de que pudiera hacer su primer milagro». ¡Ja! Ni Dios se libra de la amenaza del nuevo pulgar hacia abajo, pensé. Seguiremos informando.