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Ustedes ya saben que «Los desastres de la guerra» es una serie de 82 grabados de Francisco de Goya, donde se muestran las crueldades cometidas en la Guerra de Independencia Española. En 1808 Goya viajó a Zaragoza desde Madrid y pudo preparar bocetos de esas escenas horripilantes que luego transformó en grabados y que en última instancia contienen una crítica del régimen absolutista, y desde luego de la brutalidad de la guerra. Alguna de las estampas ha sido considerada como un precedente del «Guernica», de Picasso, el cuadro que rememora el bombardeo del municipio de Gernika-Lumo en 1937, durante la guerra civil española. Existen heridas derivadas de esta última guerra que todavía continúan abiertas ochenta y cinco años después, aunque también se da el caso de que muchos jóvenes ignoran las consecuencias de esa guerra fratricida, porque no conocieron la postguerra y el conflicto queda ya lejos de la corta vida de un ser humano. Pero viendo los grabados de Goya, o escuchando a los bisabuelos que vivieron esos años trágicos, todos nos damos cuenta de que una guerra no es moco de pavo, como diría mi suegro.

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Existe una canción titulada «And the Band Played Waltzing Matilda», («Y la Banda Tocaba Waltzing Matilda») escrita por Eric Bogle en 1971, que describe la guerra como inútil y espantosa a base del relato de un joven australiano que queda mutilado durante la Campaña de Galípoli, en la Primera Guerra Mundial. Los voluntarios australianos marchaban a la guerra escuchando la canción «Waltzing Matilda», y también la escuchaban al regresar. Los que podían regresar. El joven protagonista de la canción se mantuvo con vida mientras los cadáveres se amontonaban a su alrededor hasta que fue herido por un obús y despertó en el hospital para darse cuenta de que había perdido las piernas. Eso es lo que produce la guerra: tullidos sin brazos, sin piernas, ciegos, locos y muertos. Lo dice la canción. Y también dice: «A veces la guerra abre heridas más profundas que la muerte», que es el mismo epígrafe que figura al frente de mi novela «El mal de la guerra», pese a que no lo supe hasta después de publicarla.

Cómo es posible que haya males peores que la muerte, que es lo único que no tiene reparación posible. Muy sencillo, los mutilados de guerra son jóvenes, tienen toda una vida por delante, pero sin piernas, sin brazos, ciegos o locos, y una vida de penalidades es mucho más larga que el breve, irreparable, doloroso y fatídico instante de la muerte.