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La mayoría de la gente que conozco ha estado o planea visitar Marruecos. De ese país nos llegan a veces noticias, incluso vamos a organizar conjuntamente un mundial de fútbol. Muchos de nosotros conocemos a marroquíes que viven en España desde hace décadas. Es el vecino del sur y, aunque sin profundizar, algo sabemos de él. En cambio, Argelia es un misterio. Solo nos separan trescientos kilómetros (de la archiconocida Barcelona, doscientos) de ese país inmenso y desconocido del que apenas oímos hablar. Durante los últimos años, entre estos dos vecinos nuestros del sur se ha establecido una tensión que ha tenido repercusiones económicas para España, pero ahora quizá en los órganos secretos de Madrid estén analizando con aprensión las últimas informaciones de carácter militar llegadas desde allí. Resulta que Argelia, desde su independencia, ha estrechado lazos con Rusia y es el país de Putin quien le suministra el grueso de su armamento.

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Y no pistolitas o fusiles, está comprando cazas de quinta generación, ya posee seis submarinos cargados con misiles de 2.400 kilómetros de alcance, capacidad que en el Mediterráneo solo ostenta Israel, y la mayor flota de bombarderos de África. Suena hasta divertido en un país gigantesco que nunca ha sido capaz de dar a sus habitantes cierto nivel de vida, digamos desarrollado. Clasificado el 113 en el global de 196 naciones del mundo, su PIB per cápita no alcanza los cinco mil euros anuales, y un argelino medio gana unos trescientos euros al mes. Sin embargo, en gasto militar ocupa el puesto 24 del planeta. ¿De verdad esta fiebre militarista es necesaria, es deseable? Estamos creando un mundo de pobres armados hasta los dientes.