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Desde la prehistoria, cuando el aire era puro, deambulaban los mamuts y la mera existencia de seres humanos era ya un misterio en sí misma, a la gente le encantan los misterios, les fascinan, no pueden vivir sin ellos. Sin comer podemos estar meses, sin misterios ni un día. De ahí que en el presente dispongamos de un género literario y cinematográfico propio (de misterio), y exista además una industria del misterio que abarca amplios sectores culturales, impregna a otros (el periodismo, por ejemplo) y está más o menos emparentada con el sector del entretenimiento. Porque sin misterio no hay disfrute, y donde no lo hay se inventa. Es fácil, ya que todo lo que no sabemos o entendemos es susceptible de convertirse en misterio, y entendemos poquísimo. Durante milenios los misterios eran la materia de las religiones, la industria más característica de la especie, pero con su declive y a falta de fe, ahora se han reubicado en los entretenimientos.

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Nada nos gusta más, efectivamente, y si algo no tiene misterio es irrelevante. ¿Estoy diciendo que preferimos las cosas inexplicables a las explicables? ¿No entender una cosa a entenderla perfectamente, sin ningún misterio? Pues sí, eso estoy diciendo. Y con razón. Al menos desde el siglo I antes de Cristo, en tiempos de Lucrecio y su magna obra «De rerum natura», cada vez que entendemos algo nos llevamos un disgusto, y no hay nada más decepcionante que lo ya sabido. Por qué ocurre eso, efectivamente, es otro misterio. Pero del que no vale la pena ocuparse, ya se ocupa la psicología, madre de casi todos los misterios. Hasta la ciencia está llena de misterios, bien que científicos. Hasta los filósofos deben desentrañar secretos    misteriosos si pretenden crear escuela. Sin misterio no hay comercialidad, y esto vale igual para la gastronomía que para la astronomía, para la política y las finanzas.

Lo que explica el éxito de las pelis del insufrible David Lynch, o las de Godard, cuya virtud es que no se entienden. Tenemos una fuerte tendencia al misterio, nos chiflan, nos hace felices no entender algo. De ahí que el héroe de nuestro tiempo sea (hace tiempo) una especie de detective. Qué sería de nosotros sin tanto misterio.