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Parece mentira que con la cantidad de catástrofes que nos ofrece a diario la realidad, para todos los gustos y necesidades, seamos tan aficionados a inventarlas y disfrutemos tanto con catástrofes imaginativas, basadas o no en hechos reales. Las catástrofes son un antiguo género narrativo que el cinematógrafo ha multiplicado, pero ahora no me referiré a estas, digamos, catástrofes recreativas, sino a las corrientes que no dejan de pregonar y profetizar nuestros dirigentes políticos, y toda clase de especialistas precisamente en eso, en catástrofes presentes y futuras. Lo que ahora llamamos populismos consiste precisamente en urdir y exagerar catástrofes a diario, a fin de presentarse como superhéroes salvadores del mundo.

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Las ultraderechas patrióticas, adornadas con los gallardetes de la rebeldía y la libertad, están especializadas en proclamar calamidades sociales a destajo y Gobiernos corruptos, siendo su favorita la inmigración. Pero no para los inmigrantes, que lo es, sino para los países más ricos obligados a expulsarlos. «Catalunya no puede formar parte del café para todos en el tema de inmigración», expelió el patriota Turull hace poco. Y es que son iguales en todas partes, en Washington, en Buenos Aires, en Europa, y cuando imaginan una catástrofe con éxito popular, ya no la sueltan. ¡Superman contra los inmigrantes! Ellos son la catástrofe. Pero hay muchas más.

Existe una industria de la calamidad y el miedo (miedo a lo que sea) extraordinariamente rentable, a la que no le bastan las múltiples catástrofes existentes (económicas, climáticas, bélicas) y prefiere las imaginarias. Muy fáciles de solucionar, claro está. Con agallas. Ahora parece que un asteroide, el 2024 YR4, amenaza la Tierra con peligrosidad nivel 3 en la escala de Turín, y con entre 1,8 % y 2 % de posibilidades de colisionar allá por 2032. Se trata de un asteroide microscópico, como el del principito, un guijarro cósmico de 40 a 90 metros de diámetro. Poca cosa en cuestión de catástrofes, pero bueno, todo suma. Y hay esteroides peores colisionando a diario. ¿Sirven estas catástrofes imaginativas para ocultar las reales? Pues podría ser. De algún sitio nos tiene que venir la afición.