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Los hoteleros balears se han convertido en la policía secreta que observa hasta lo que cada uno de nosotros hace tras la puerta de su casa. Desde hace años, cuando vieron peligrar alguna de sus camas por la llegada de los cruceros y del alquiler vacacional, decidieron que por mandato divino ellos eran los únicos legitimados para alojar a los visitantes de estas islas. Ellos, que son los que han destrozado el paisaje. La campaña contra estas alternativas ha sido feroz, sigue siéndolo, y no contentos con esta cruzada, han detectado que hay hasta dos millones de ‘turistas’ que ni pagan habitación de hotel, ni piso de AirBnb ni pasan el día aquí porque han llegado a bordo de un gigante de MSC. ¡Se hospedan en casas de amigos y familiares! Vaya, vaya, ¿qué es eso de osar pisar estas islas y no pagar el correspondiente impuesto revolucionario al intocable sector hotelero? ¿Cómo se atreven? Habrá que inventar un canon, un impuesto, una tasa, algo para que pasen por caja. La suya, claro. En su mentalidad, las Islas son un negocio, todas ellas, incluso mi casa y la tuya. Que tu hermana venga de visita con sus niños una vez al año para disfrutar de la playa y de tu compañía es un sacrilegio.

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¡Debería pagar! Lo triste de verdad es que a menudo los gobernantes y parte de la población -si no toda- compra este discurso torticero y materialista. Las islas no son suyas, tampoco nuestras. Estaban aquí mucho antes de nosotros y seguirán cuando nos hayamos ido. Hacer negocio con absolutamente todo es asqueroso. Y meter las narices en lo que hago yo en mi casa también. Si desean vender hasta el alma de su abuela, que compren preciosas islas en el Caribe o en los mares del sur y hagan allí lo que les plazca.