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Si se trata de aprender a cabalgar contradicciones lo mejor es acudir a los maestros pioneros.
Ya Pablo Iglesias (en su versión ‘poscoletas’) notó que los principios que pretendía inocular en sus acólitos, casaban mal con la piscina de su chalet, con el acoplamiento a dedo de su novia en el organigrama, con determinados tics machistas, con cierto autoritarismo practicado por él mismo en su partido y con algunas otras cuestiones de menor calado, como su faceta empresarial en los ámbitos de la hostelería y los medios audiovisuales.

A este pequeño escollo que afectaba negativamente a la calidad de su congruencia política y personal, aplicó un vendaje (al alcance de cualquier bolsillo), al que llamó «cabalgar contradicciones», que en teoría le exoneraba de toda culpa, ya que si bien las contradicciones resultan vergonzosas en individuos de derecha o extrema derecha, en el caso de las personas progresistas (como él o Puigdemont) no supone sino un motivo idóneo para practicar la equitación ideológica.

La primera enseñanza que podemos sacar por ende del creador del concepto se puede resumir así: un buen cabalgador de contradicciones tiene que tener ante todo un buen morro.

Tome el lector nota del consejo y continuemos con el tutorial.

Los ministros del actual gobierno (también los gabinetes anteriores, no crean; aunque sin tanto desparpajo) deben cabalgar continuamente la contradicción que supone defender hoy con vivo entusiasmo lo contrario que sostuvieron ayer, sacando brillo a los mantras del día, repitiendo literalmente el argumentario (texto a memorizar) depositado en su despacho a primera hora de la mañana por un secretario del jefe de gabinete. Supongo que en un sujeto sano, esta humillante rutina de sometimiento debe dejar cierta herida en su amor propio (si tuviera dignidad, quiero decir), pero imagino que poniendo en la balanza el goloso estipendio (al que difícilmente tendrían acceso fuera del partido -o mundo real-) y los privilegios que reciben a cambio (que ni son pocos ni irrelevantes), constatan enseguida que el balance es lo bastante convincente como para dejar a un lado ideales, principios y chorradas por el estilo.

Resumiendo: en este caso el elemento fundamental sería el mismo que en el del creador del concepto: mucho morro.

Se trata de cabalgar la contradicción procurando que no lo noten mucho los allegados para evitarles el bochorno (en caso de que tengan principios) y confiando en que los votantes, aunque sí lo noten, no lo tomen en cuenta a la hora de acudir a las urnas, valorando que es preferible que les tomen el pelo los suyos antes de que resucite Franco y les quite las pensiones, prohíba estudiar a las mujeres y derogue la ley del divorcio.

Pero profundizando en esta destreza digna de rodeo tejano, encontramos en la cima del podio al imbatible Pedro, que no cabalga las contradicciones sobre un pony, o un mustang, sino que lo hace diariamente sobre un toro que, aunque bastante encabronado, no consigue desmontar al resiliente vaquero.

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Si se preguntan por el secreto de tamaña pericia, les debo confirmar su sospecha: misma receta, pero esta vez un morro de colosales prestaciones. Un morrazo que se lo pisa, por así decir.

Resumiendo: si quieren cabalgar contradicciones de manera ortodoxa, cultiven la desvergüenza como si no hubiera un mañana. Sin remordimientos.

Paralelamente, si aprecian la tarea bien hecha y quieren completar el kit, acepten con sincero gozo sus impuestos. Notarán que no paran de subir, pero tiene una explicación sencilla:

Hay que pagar los gastos de RTVE, que misteriosamente ha aumentado tanto el número de consejeros como sus sueldos, amén de que las rutilantes estrellas contratadas para entretener al personal y desmentir bulos fachosféricos cobran una millonada.

También hay que cubrir los gastos que ocasionan las pequeñas corruptelas. Por no hablar de que al crecer el número de enchufados y chiringuitos, no se da abasto.

Piense que «un socialista tiene poco y da mucho» (Zapatero dixit), que esto consuela mucho.

En fin, que ustedes lo cabalguen bien.

Y yo que lo vea.