Atravesábamos el bosque por el camino central, el que nos parecía más adecuado. Estaba despejado, las copas de los árboles no tapaban el cielo y cada pocos metros había indicaciones que conseguían que fuera fácil no perderse. Pero ocurrió algo, aún no sabemos muy bien cómo. Una mañana nos encontramos frente a una bifurcación no prevista.
El camino ahora se dividía en dos, ambas opciones más estrechas que el camino por el que habíamos transitado hasta aquel momento. Nosotros queríamos seguir por la senda de antes, pero de la noche a la mañana esa opción había dejado de existir. Nos detuvimos, no se trataba de avanzar a ciegas, pero los que iban detrás empujaban. Intuitivamente, sabíamos que cualquiera de las dos opciones era un error, pero necesitábamos tiempo para armar nuestra teoría. De manera abrupta, se habían acabado los días de pausa, propicios a la meditación. Sin darnos cuenta, nos vimos inmersos en una riada de gente que había elegido por nosotros. Ya no podíamos salirnos, volver atrás. Ya formábamos parte del nuevo orden. Ahora tocaba avanzar por el camino equivocado y olvidar todo aquello en lo que un día creímos.