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Comienza la era Trump. Su discurso de investidura, la sombra de Elon Musk, las creencias más básicas y arraigadas en las personas de su generación… nada fuera del guion. Donald Trump cumple 79 años en este 2025 que le ha devuelto a la presidencia del país más poderoso, y tradicional, del planeta. Sus valores se forjaron en los primeros sesenta y seguramente su ideal de vida permanezca anclado en la postguerra mundial, cuando las ultrafemeninas amas de casa norteamericanas horneaban tartas de manzana mientras criaban a un montón de niños guapos y esperaban la llegada de un marido protector y muy trabajador. Y no está mal. Era una sociedad con reglas claras, ambiciosa y con enemigos muy bien definidos. Una sociedad segura y cómoda, ciertamente hipócrita, que quedó desbaratada con la llegada del hipismo y las micro revoluciones que propició. Trump y Musk representan el privilegiado mundo blanco, heterosexual, familiar, que basa su éxito en el tópico del esfuerzo, el tesón y el trabajo bien hecho. Un clásico. Admitirán que existen otras realidades, pero no quieren permitir que obtengan ventajas solo por ser diferentes, por representar a una minoría concreta. No he encontrado nada fuera de lugar en su declaración de intenciones. Que desee expulsar del país a los criminales extranjeros es algo que firmaríamos el 90 por ciento de los españoles. Que quiera cerrar las fronteras a la inmigración ilegal, deshacer los planes que favorecen a las minorías raciales y de género, dejar de inmiscuirse en guerras lejanas y apostar por la seguridad es lógico. Que promueva el petróleo y abandone los acuerdos climáticos no creo que haga ninguna diferencia, ya era el país más contaminante del mundo. Sin complejos.