La separación de poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que es la base de la democracia, apenas existe ya en ninguna parte. Menos aún el antaño llamado cuarto poder, la prensa, que agoniza ante el ímpetu tecnológico de las marañas digitales y los algoritmos. El poder religioso, pavoroso en otro tiempo, ya no es ni sombra de lo que era, al menos en Occidente. Así que sólo nos queda un poder, el de siempre, que sin embargo no figura es ese listado canónico de poderes. El poder económico, efectivamente, que como hemos visto en Estados Unidos, se ha asociado con el tecnológico creando el primer Gobierno Global de multimillonarios digitales. Que ayer 20 de enero, día de Sant Sebastià, tomó posesión con todas las de la ley.
Tampoco es que el asunto nos coja por sorpresa, porque si con todas las noticias diarias se toma uno la molestia de ir haciendo una bola, digamos un ovillo, y luego meses después vas tirando del hilo a ver dónde conduce (como hago yo ahora), siempre te sale que poderes sólo hay uno. Ni tres ni cuatro, uno. Este precisamente, al que ya no hay quien rechiste, porque como se comprueba también en EEUU, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, lejos de estar separados, forman un grumo indistinguible, muy viscoso, y en cuanto a la prensa de papel… Pues nada. El magnate Bezos, lógicamente muy trumpista, la declaró artículo de lujo tras comprarse varias cabeceras históricas como adorno de sus finanzas.
¿Y cómo funcionará ese mundo gobernado por millonarios tecnológicos, ya sin molestos intermediarios? Ah, eso no puedo saberlo por más que tire del ovillo, aunque me figuro que habrá muchos entretenimientos. Y suspense. A los analistas lo que les preocupa y abruma es la expansión de la extrema derecha en todas partes, pero para mí esta extrema derecha que grita libertad (la libertad son ellos) es producto directo del poder tecnológico y sus grandes potentados. Que han cambiado el mundo, y más lo cambiarán. Viven en una vieja utopía de ciencia ficción, aunque sin coches voladores ni naves estallando más allá de Orión, y desde el siglo pasado sabemos cómo acaban esas utopías. Los novelistas nos lo han contado mil veces, con numerosas variantes. Eso sí, todas coinciden en un dato. Debido a la mutua atracción que les reúne en grumo, poderes sólo queda uno.