Directo al grano: Lo confieso, el viernes día 10 de enero estaba disgustado. En Venezuela habían detenido a una heroína mundial mientras que en España nadie había detenido aún a quien debería estarlo por las tropelías que nos perpetra constantemente. Tampoco el filtrador general había sido destituido ni Jésica, la antigua novia del transportista, había desvelado aún sus intimidades ante el/la/le juez. Todo seguía igual o se preveía peor. Los enemigos del pueblo continuaban siendo dos: los jueces y los medios críticos con los ladrones. Lo normal, vaya.
Sí, la situación pintaba mal y un roto emocional hería mi sensibilidad. Cuando eso sucede algunas veces me refugio releyendo las obras completas de Aldous Huxley (a Orwell ya le conozco demasiado bien) y otras en cambio desempolvo discos de Jimi. Efectivamente, a veces escucho a Hendrix acompañado de una copa de Hendrick’s aguado con tónica y una rodaja de pepino. Música utópica para un mundo desnortado. Todo cuadra. Y les digo: en esta ocasión ganó Jimi. Así pues, me puse a escuchar «All along the watchtower... I can’t get no relief», después oí soplar «El viento que llora por Mary», saludé a «Hey, Joe», ‘bluseé’con «Red house», etc. Y tomé una decisión importante. Decidí que necesitábamos un pequeño viaje para desintoxicarnos de tanta tomadura de pelo, de tanta filtración y de tanta gilipollez. Además los fastos parroquiales que dieron pie a la Menorca feudal ya se acercaban peligrosamente y eso me inquietaba aún más.
Sí, teníamos que partir a alguna parte. Pero debería ser un viaje cercano y breve ya que por fin de año estuvimos en Oporto y no se trata de fer llarg. Tenía que ser algo así como una especie de tentempié, como una tapeta de ocio reparador. Y así propuse a mi mujer viajar a Ciutadella.
Digo viajar porque a nuestros good old friends catalanes con viviendas en la orilla norte de la ría ciudadelana, esos que en abril/mayo ya tienen reservados todos los restaurantes para agosto, y a los que no importa atravesar la Isla cada día varias veces, les impresiona que muchos menorquines seamos tan localistas y muy des cap de cantó, y que sacarnos de nuestro condado se considere casi como un viaje. Bueno, admitámoslo, eso era antes porque la ‘autonosuya’ lo cambió todo. Ahora muchos ciutadellencs hacen trayectos diarios porque trabajan en Mahón, y otros mahoneses (con h, claro) lo hacen a la inversa.
Visitar las calles de Ciutadella me relaja porque es como trasladarte al pasado. Al deambular por sus callejuelas siempre espero girar una esquina y toparme con un cura con túnica medieval y enlutado total con sombrero de ala ancha (pero no «de medio lao», según la canción) o también con un noble ya sin respaldo terrenal. El espíritu de estas calles me fascina. Son piedras que directamente te hablan y te cuentan cosas. Pasar ante el Seminario es recordar también los nombres de tantos que conozco y que pasaron por sus aulas con diferentes grados de éxito y de las anécdotas que sabes de ellos. El pasado siempre subsiste.
Pero no vinimos a estudiarlo sino a olvidarnos de la penosa actualidad que nos rodea. Así decidimos hospedamos en un pequeño hotelito de esos llamados boutique: el Marosi de la calle de La Purísima, no lejos del Imperi y casi equidistante con Sa Contramurada. En invierno tienen precios muy aprovechables, la limpieza es extrema y la decoración cómoda y atractiva. No me extraña que estos pequeños establecimientos (6 habitaciones) tengan tanto tirón. Son monos. O como lo describiría una pija: ¡Uy, qué cuco!
Bueno, es mediodía ¿dónde comemos? Encontramos Es Molí des Comte cerrado y pensamos en Lavall, a pocos metros. Aunque las calles están vacías (solo falta una bona tramuntanada para recordar nuestra infancia cuando nuestras tiernas mujeres exclamaban aquello tan racial de Fa un gel!) este local está lleno. «Tiene que ser afuera al lado de la estufa». Ok, aceptamos. Ya nos curaremos el resfriado en otro momento. Mientras pedimos unos platos saludamos a varios conocidos mahoneses y al conseller de Cultura and his Lady Mary que nos presentan, emocionados y orgullosos, a su bebé. Un señor me reconoce y me felicita por mis escritos. «Gràcies a vostè per llirgir-los». Comemos: los mejillones están deliciosos, un punto picantes pero estupendos. Y mientras, de forma inevitable, me asalta mi usual síndrome ciutadellenc que me recuerda a Luis Vivó Saura, un personaje peculiar y muy característico de un tiempo. Recuerdo las partidas de ajedrez, las visitas a Binimoti y sus años de estancia en Mahón. Hará unas cuatro décadas le vendí una minicasita de campo en Milà que me pagó entregándome a cambio un Renault 5 nuevo y otros pagos en especies económicas. Genio y figura.
También recuerdo los balls d’estudiants en el Teatre des Born. Grandes tomàtigues, chicas muy guapas. Regresos a Mahón en autostop (cançons de matinada...). Hace medio siglo. La carretera ya estaba en obras. Sí, la Menorca eterna ya existía... Y tantos recuerdos más.
Ciutadella me descansa porque me descarga. ¡Ah, y por la noche fuimos al concierto del teatro de Calós en Tributo a los Beatles! ¡Yeah, yeah, yeah! Entretenida nostalgia. Gran viaje. Gràcies Ciutadella.
Notas:
1- Alegrémonos por la incorporación de una nueva palabra al Diccionario de la Lengua Española: ‘Azagrar’: No acudir al puesto de trabajo por ignorar dónde se halla el puesto de trabajo. ‘Azagramiento’: Acción y efecto de azagrar. ‘Azagrador’: Adj. El que azagra. (Alfonso Ussia). ¡Bravo! De plena actualidad. Sin duda.
2- Trump: Ayer comenzó una nueva época para Occidente. ¿Quedará España aislada con Sánchez?