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Joe Biden se ha despedido de su cargo, de la cúpula del poder y de los norteamericanos con un discurso en el que ha alertado sobre el peligro de la excesiva concentración de riqueza y poder en manos de los empresarios tecnológicos que acabarán por diseñar el futuro de nuestra civilización. Gracias a la inteligencia artificial y a la dictadura de las redes sociales, ya la sociedad ha emprendido un camino sin retorno.

«Los estadounidenses están siendo sepultados bajo una avalancha de información errónea y desinformación que facilita el abuso de poder. La prensa libre se está desmoronando. Los editores están desapareciendo. Las redes están renunciando a la verificación de datos. La verdad está siendo sofocada por mentiras que se dicen para obtener poder y ganancias».

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Confieso que casi me ha hecho llorar que el hombre más poderoso del mundo se haya acordado de la prensa, en una agonía ya sin remedio, a la hora de exigir preservar los valores sagrados de la verdad y la libertad. Nadie le hará caso, pero es bonito ver que la vieja generación de ciudadanos cultos, inteligentes y tradicionales conoce la impagable labor de los editores y de la prensa. El mundo ya es otro. Los nuevos mandamases son analfabetos huecos con intereses muy distintos.

Amasar fortunas en Silicon Valley les sirve para sus ridículos anhelos de eternidad: quieren montar colonias humanas en Marte, alcanzar el secreto de la eterna juventud, ponerse cadenones de oro al cuello para acercarse un poco a la «cultura» negra urbana. En fin, aparte de ofrecernos su mierda de filosofía barata y fascista envuelta en sus móviles de última generación, ¿qué clase de sociedad promueve esta gente? Echaremos de menos a Biden.