Los argumentos que podamos tener para defender nuestro anómalo comportamiento no se contabilizarían en un hipotético juicio universal, argumentos tales como por ejemplo: desconocer si nos espera otra vida; no saber cuáles son los mandamientos que cumplir o cualquier reclamación en caso de no estar de acuerdo con el veredicto, alegando un total desconocimiento de las leyes universales. En fin, todo bloque inteligente sería nulo en aras de salir indemne del Juzgado divino.
A Dios solo le interesa el espíritu y el grado de paz que irradia, tanto si la persona es creyente, atea o agnóstica. Porque se trata de armonías y nosotros somos más bien expertos en razones. Deberíamos por consiguiente más a menudo auscultar el espíritu, en silencio, cual médico, con el tensiómetro o el fonendoscopio, agudizando el oído, para saber si le duele la cabeza, el estómago o los pies y prescribir el medicamento oportuno en aras de mantenerlo sano.
Muchas personas se resisten sin embargo a explorarlo, pues el gozo que producen los momentos belicosos obstaculiza el chequeo. Quizás las palancas vitales con las cuales fuimos construidos son demasiado potentes al no advertir con claridad que la paz del espíritu es superior a cualquier razón o a cualquier fiestón, ya que en la paz van incluidas todas las razones, además de festivas e intimas emociones.
No sabemos, verdad, si después hay otra vida ni cuáles son los mandamientos que cumplir ni otras muchas cosas, pero sí sabemos que debemos estar en paz y no en guerra con nosotros mismos. Esto lo sabemos. Y de esto se trata, según el Universo, de estar en armonía con él, solo esto, nada más.
Si un individuo tiene por ejemplo mucho dinero en el bolsillo para sus gastillos, sentirá una alegría inmensa, pero no una inmensa paz. Seguramente esta persona se sentirá en armonía si empieza a desprenderse del dinero en favor de las buenas obras, por la rectitud y excelencia de sus actos… Son pues dos cosas muy distintas la alegría y la paz. Piensen que una corresponde a la mente y la otra, al espíritu. Las razones son el lenguaje terrenal y la paz, el universal. Y cualquier acción que no incluya en ella la paz mengua la armonía y potencia la acritud por ir en contra del espíritu, a una cierta edad.
No nos interesamos por la paz interior sino por tener razones que demuestren el porqué de los fiestones... Diría que la realidad física es una redecilla que nos impide ver la realidad anímica. Sabemos, tener ineludiblemente unas obligaciones con el espíritu y las soslayamos. Solo en caso de perder la salud tenemos una perspectiva clara de la complejidad de nuestra alma. Entonces sí, … pasamos a un primer término lo que siempre estuvo en el último.