Diría también, sudor tras sudor, silencio tras silencio, esfuerzo tras esfuerzo. A raíz de la publicación en un diario local1, de un reportaje sobre tres coroneles nacidos en Menorca actualmente al mando de Regimientos del Ejército, me sorprendió que fuese la noticia más comentada del día en las redes sociales. Comentarios en general, positivos.
Rebobiné y me fui a pasados tiempos en los que la objeción de conciencia, el «no a la guerra» impregnaban nuestra vida política e incluso cultural -premios Goya-. Cualquier error de un miembro de las Fuerzas Armadas se generalizaba, magnificaba, se juzgaba con odio. Algún día los sociólogos nos explicarán la relación entre las cabelleras de muchos jóvenes de entonces, quizás como contrapunto a los sobrios e higiénicos cortes de pelo militares. Hoy, deportistas de élite, cabezas rapados al cero, sobrepasan nuestros propios reglamentos.
Ni que decir tiene que todos aquellos movimientos, aún con flecos residuales, tenían no solo una clara connotación social -los jóvenes siempre han sido rebeldes-, sino una residual motivación histórica y otra política muy clara.
Recientemente participé en una mesa redonda sobre el actual momento político internacional -Ucrania y Gaza en particular- organizada por un movimiento por la paz, vestido de «autodefensa no violenta. Tras tener que corregir a la presentadora de las ponencias- no fue Ucrania la que invadió Rusia sino todo lo contrario-, ahondé después en el curriculum de uno de los ponentes: «Formó parte del primer grupo de objetores de conciencia del servicio militar (1975-1977) en la España franquista donde aprendió en la práctica las claves de la lucha no violenta. El movimiento consiguió la abolición del servicio militar obligatorio (sic) como primer paso hacia un mundo sin ejército ni guerra». Refiere como méritos en su ‘hoja de servicios’ cinco meses de «duro cautiverio» en el Castillo de San Fernando de Figueras, citas de Ghandi y aportaciones a modelos alternativos e iniciativas» que describe ampliamente.
En estos mismos tiempos, con ETA activa, unos militares llevaban niños bosnios al colegio en sus blindados, salvaban monasterios del siglo XIII en Kosovo, paliaban tragedias en el Kurdistán, el Mitch y Lorca ; protegían a nuestros pesqueros en el Mar Rojo, creaban hospitales en Herat, desmantelaban guerrillas en Centroamérica y Colombia, incluso bombardeaban Belgrado para imponer la paz en los Balcanes. Lo hacían paso a paso, haciendo de la disciplina –a veces a costa de un enorme sacrificio– su manera de servir.
Desde luego no busco hoy el halago fácil. Busco solo dejar constancia del capital que tiene nuestra sociedad a su servicio, capital que nace de sus propios hijos, como los coroneles menorquines. De ahí su importancia.
Cuando en Valencia aquel 29 de octubre unos militares de las unidades cercanas a pueblos afectados, bramaban por actuar y no lo podían hacer porque no llegaban las órdenes de Madrid -«si quieren ayuda, que la pidan»-, se debía a que muchos de ellos eran hijos, hermanos o amigos de los afectados. O simplemente su vocación de servir, les empujaba a ayudar. Y esto lo ha calado profundamente el pueblo.
«La Razón»2 publicaba recientemente: «8500 militares llevan dos meses en Valencia con labores durísimas». Añadidos a esta cifra, otros 3.000 uniformados andan desplegados por medio mundo, sin contar a los que desde la retaguardia les apoyan. ¿Qué entrañan estos números? Otras tantas familias faltando un miembro; niños al colegio; nacimientos con padre ausente; roces con el coche; resfriados, torceduras. Todo, a solas.
Y no debe extrañarnos que cuando se pretende convertir estos esfuerzos en réditos políticos, las familias -como hace unos días a pie del Juan Sebastián de Elcano- protesten. Porque aunque en actos públicos los uniformados muestren su disciplina, en casa comentan como se despilfarran caudales públicos, se colapsa la carrera de un Coronel de la Guardia Civil, se pone en bandeja de plata la cabeza de una eficaz y honesta Directora del CNI, se cede patrimonio militar a los separatistas y se blanquea a ETA, a la vez que constatan la ‘sobriedad’ de los pluses concedidos a los que trabajan en Valencia o la invasión de atribuciones propias de las Fuerzas Armadas por parte de la cadena política del Ministerio. ¿De que se extrañan entonces?
Son hombres y mujeres que cimientan la paz. Porque las utopías y las citas a Ghandi son más que respetables. Pero las ambiciones políticas, la lucha por las materias primas, las guerras de religión, la trata de personas, las soterradas guerras económicas, son otra cosa. Y sin recordar la sentencia romana3 la Historia nos recuerda que la seguridad no es gratuita.
La paz se cimienta en justicia social, lucha contra el analfabetismo, respeto a los Derechos Humanos.
Estas funciones no corresponden a los ejércitos.
1 Diario MENORCA 4-5 enero 2024
2 4 Enero 2024
3 Si vis pacen, para bellum.
* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 16 de enero de 2025.