Según expresó san Agustín, las potencias del alma son tres: memoria, entendimiento y voluntad, y con dichos valores se convive o se malvive y, en definitiva, con mayor o menor acierto, nos acompañan en nuestra vida. A esa clásica tríada, el filósofo mallorquín Ramon Llull explicó en su «Doctrina pueril», una especie de manual para educar, la existencia de un segundo trío de eficacias: manos, para obrar; pies, para no permanecer inmóvil; y boca para bien hablar. Si las primeras intentan ordenar la acción desde el alma, en la época antigua se daba por sentado que una memoria pujante y amplia era necesaria para mantener una relación con el bien, las otras tres sirven para llevar a cabo la acción previamente ordenada. Siglos después, para representar la memoria, Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, que la encumbra sobre las demás potencias, esgrime en el «Libro de buen amor» la metáfora del repositorio, o ese lugar donde se guardan de forma selectiva los recuerdos y objetos tangibles y también los no palpables del pasado. Sin embargo, el contrapeso lo puso recientemente el doctor Enrique Rojas cuando opinó que «la felicidad consiste, entre otras cosas, en tener una buena salud y una mala memoria... Hay que saber tener perspectiva o visión del águila, saber perdonar –dijo el psiquiatra–, poner las luces largas en la vida personal y evitar el cortoplacismo...» Como es natural, en todas estas consideraciones, el lector debe poner su mesura…
Charlas escritas
El repositorio
Menorca16/01/25 4:00
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