el materialismo y el egoísmo, reivindicar la importancia de la belleza, de la poesía o de la verdadera libertad se hace cada vez más imprescindible. El «Más vale pájaro en mano que ciento volando» nos ha llevado a un mundo frío, vacío, insípido e insensible donde los sueños han muerto y solo lo que tienes marca lo que vales. Hace décadas, Eduardo Chillida, un artista visionario como pocos ya nos advertía: «Prefiero ciento volando que pájaro en mano» ¡Y cuánta razón tenía!
Acaba de estrenarse el documental «Ciento volando», de Arantxa Aguirre, un documental bello y sobre todo necesario que nos ofrece una visión poliédrica y completa de la figura y la obra de Chillida. Es una película poética que refleja a través de distintos puntos de vista de colaboradores, familiares y amigos lo que fue, y es, el universo de Chillida, ese universo que habita en Chillida Leku, su museo, un museo donde el viejo caserío es su mayor escultura, un museo único en el mundo donde el espíritu de Chillida sigue paseando junto a quien lo visita llevándole en silencio de la mano de escultura en escultura y de pregunta en pregunta, porque, como él decía: «El asombro ante lo que desconozco fue mi maestro… inclinado a las preguntas más que a las respuestas, he restado y podado más que sumado y añadido, casi todo se arregla quitando». Nadie debería perderse esta película, una película que consigue lo que sólo consigue el buen cine: que el espectador que sale de la sala no sea el mismo que el que entró. Comprobar que aún hay personas capaces de dedicar su vida a buscar la belleza para compartirla con nosotros, nos recuerda que no todo está perdido.
Chillida nos invita a buscar otra forma de ver el mundo, quiere que aprendamos a mirar. En sus esculturas lo importante no es la forma, sino el vacío. La utilidad de un vaso es estar vacío, en un vaso lleno no cabe nada. Obsesionado con aventurarse en el conocimiento del espacio y de su hermano el tiempo, se quejaba amargamente de que la humanidad se haya contentado con aprender a medirlos, como si eso fuera lo importante, pero sigue sin conocerlos. «No vi el viento, vi moverse las nubes; no vi el tiempo, vi caerse las hojas… me mido a diario para saber si he crecido, no para conocer mi estatura».
Acercarse hoy al universo de Chillida es adentrarse en un camino que nos lleva a ese otro mundo que no solo es posible, sino que es imprescindible porque, como él decía: «Yo no sé de razas ni de clases, sólo sé que la patria de todos los hombres es el horizonte».