Robot. La palabra que designa a una máquina autónoma, capaz de realizar tareas pero desprovista de emociones, ya tiene más de un siglo, apareció en 1921 en una obra de ciencia ficción del autor checo Karel Capek. Ahora penetra en nuestras vidas a velocidad de vértigo.
Samsung anuncia que lanzará este año un pequeño robot doméstico, Ballie, que con forma de balón podrá moverse por el hogar, mapear espacios y prestar asistencia personalizada: vigilará al perro o avisará si hay que regar las plantas. Hace años que se presenta en la feria tecnológica CES, donde en la última edición triunfaron la Inteligencia Artificial y robots de todo tipo, también uno con funciones de recepcionista y guía.
Eso me lleva a otro titular de la semana, y es que robots de IA ya tramitan subvenciones del Govern en materia de energía y de renta social. Frío y eficaz, una hora de trabajo del robot equivale a la de tres funcionarios. Tratándose de un colectivo que levanta pasiones, no siempre para bien, la Administración se ha apresurado a aclarar que no va a prescindir de sus oficinistas, como a muchos haters les gustaría, sino que los robots solo harán las tareas repetitivas.
Hace ya un tiempo que los clientes de algunos supermercados realizan el trabajo repetitivo de pasar sus productos por el lector del código de barras o de retirar la etiqueta antirobo de la ropa, además de cobrársela a sí mismos. Nadie piensa que las máquinas y el autoservicio sentencian a muerte miles de empleos. Sin embargo, no todo está perdido. En el hotel robotizado Henn Na de Japón, que abrió en 2015 y se popularizó por su recepcionista con aspecto de dinosaurio, acabaron despidiendo a la mitad de los androides en 2019. La razón es que daban más trabajo del que realizaban, los asistentes de voz se activaban, diligentes, con simples ronquidos de los clientes, y lo que tuvo más éxito fue un brazo mecánico coloca-equipajes. Al final, los artilugios tienen que ser útiles no extravagantes, y sobre todo, que no nos compliquen más la vida.