El año empieza muy fuerte. Por un lado, el grillado de Trump, que viene calentando motores con eso de la anexión de Canadá, Panamá y Groenlandia; hasta quiere cambiarle el nombre al golfo de México. Por otro, Musk, en su gira europea de apoyo a todo lo que huela e hieda a ultraderecha; a la vez, claro, que aprovecha la coyuntura para hacer negocios como el contrato de 1.500 millones que acaba de firmar con Meloni.
Y para que la fiesta no decaiga, el follón que se ha montado en Venezuela con la investidura de Maduro, por no hablar de lo que les queda por pasar a los pobres palestinos, a los libaneses, a los sirios y a los yemeníes. Menos mal que a la guerra de Ucrania le quedan, como mucho, diez telediarios. Arde intensamente Los Ángeles y en 24 años hemos llegado al 1,5 grados de calentamiento global, que es una cifra que se suponía nos iba llevar todo el siglo alcanzarla.
Por aquí, por estos predios nuestros, la cosa no va a cambiar mucho. Veremos a un Feijóo repetirse como el ajo, a un Abascal tan henchido de pecho que acabará reventando la ya ajustada chaqueta que lleva, y a un Sánchez queriendo darle al mingo con carambolas a cuatro, cinco o las bandas que hagan falta. Hasta el Rey, ese hombre alto que tanto está haciendo por el advenimiento de la República, se repite con su salida de naja de los fastos del cincuenta aniversario de este engendro que salió tras la cacareada Transición y al que insistimos en llamarle democracia. Está de tal manera la cosa, que más que año de bienes, volveremos a tener año de bulos.