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En mi último artículo mencioné de pasada mi antigua (ahora convaleciente) convicción de la superioridad moral de la socialdemocracia sobre el liberalismo. Matizaba una sospecha: ambas opciones, si te pasas, conducen a la aberración.

Veamos qué sucede si comparamos la forma de aplicar los ideales izquierdistas de la Venezuela de Maduro con la manera de poner en práctica los valores de la derecha en la Confederación Helvética. Me decanto por los suizos.

Si en cambio comparamos la manera de implementar los principios conservadores del Chile de Pinochet con la fórmula progresista de los países escandinavos, me quedo con Noruega.

¿Qué es moralmente superior, el comunismo de Corea del Norte, o el capitalismo irlandés?

En mi opinión, el socialismo portugués supera -tanto en el plano moral como en en el resultado práctico-    al socialismo peronista.

EN DEFINITIVA, me parece naïf dar por descontado, sin opción al debate, que cualquier socialismo es moralmente superior a cualquier liberalismo.

Incluso el socialismo «ideal» (el utópico, o sea, el practicado por los ángeles) es susceptible de ser puesto en cuestión con argumentos, no asumido como dogma de fe.

Reflexionemos por ejemplo sobre la prestigiada igualdad. La igualdad suena muy bonita pero plantea algún problemilla: Messi lo tiene mejor que yo a la hora de hacer dinero, y me parece bien; borda un deporte bien pagado. Mucha gente se desprende gustosa de su dinero por verle jugar. Por verme jugar a mí, no.

Un guapo guapísimo lo tiene mejor que un feo feísimo para ligar. Para el feo no existe, ni puede existir, igualdad (ni siquiera de oportunidades) a la hora de elegir pareja.

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Entre un vago y un diligente no existe, ni debiera existir, igualdad retributiva.

La primera línea de mar es más deseada por la mayoría de la gente que la tercera. Pero la primera línea es limitada. ¿Qué hacemos con eso para hacer efectiva la igualdad, sorteamos las viviendas? No lo veo claro; que el estado me adjudique el lugar dónde he de vivir no me hace feliz.

¿Qué hacemos desde el estado con ese niño cuyos padres son cultos, cariñosos y honrados para que se iguale (en oportunidades) a otro niño criado en una familia, incluso de idéntica situación económica, pero de chirleros, irresponsables y cantamañanas? El estado puede (y debe) ayudar a este último, pero no conseguirá la igualdad entre ambos sujetos.

La igualdad, probablemente, resulta un sueño imposible, incluso no siempre es justa: hay personas que merecen mejores resultados que otras por su rectitud, esfuerzo y nobleza.

En definitiva, la igualdad deber serlo «ante» la ley, no «mediante» la ley.

Otrosí: los políticos (de primera división) que pontifican de palabra sobre la igualdad (incluso los que no lo hacen) viven a costa de, e infinitamente mejor que, los ciudadanos de a pie. Son bastante más iguales, por así decir, especialmente ante la ley (aforamientos, indultos y tal…).

EL CAPITALISMO, llevado a un extremo «Dickens» resulta sin duda muy injusto; sin embargo el comercio y el capitalismo han sido históricamente fuente de creación de bienestar. De hecho, donde el capitalismo y el comercio se prohibieron, se extendió siempre la pobreza (y a menudo el totalitarismo).

Luego está el tema de la libertad. A mayor libertad, menos igualdad (aunque se venda bien el lema de la revolución francesa como si fuera un kit exento de contradicciones). Para mí, y tantos otros, la libertad, aunque tiene su coste, es un valor irrenunciable. Ya imagino que alguno, automáticamente (ir a lo fácil gusta), me colocará por defender este principio en la casilla de los malos. Yo no tengo tan claro quiénes son los buenos.

Pienso que sería deseable respetar las dudas que albergan sobre el bien y el mal quienes intentan sacar conclusiones usando el cerebro en lugar de acatar de oficio enunciados del catecismo seglar al uso.

Con esta perorata (algo deslavazada quizás, ruego me perdonen por ello) intento defender la tesis de que aquellos que dan por sentada la superioridad de un sistema frente a otro, sin matices, es posible que pequen de soberbia. Y puede incluso que estén equivocados.