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Cuando se acerca el fin de año, surgen los buenos propósitos: volver al gimnasio, aprender inglés, ser amantes del orden, preocuparse menos por lo que no tiene solución, acabar la serie que empezamos tantas veces, reprender los estudios, llamar a los amigos olvidados, comer más verdura, salir a caminar, saludar a los vecinos, tomar más fruta, leer el Quijote, hacer ayuno intermitente, cuidarse los dientes, aprender otro idioma (que nunca es catalán), dar más abrazos, reciclar mejor, devolver las llamadas pendientes y los mensajes de Whatsapp, aprender a cocinar, retomar un viaje que no llegamos a hacer, no olvidarse de alguien, cuidar la dieta, encender un cirio, pronunciar alguna plegaria, ser agradecido, cuidar a los demás, dejar de morderse las uñas, escribir un poema, plantar un árbol, tener un hijo, lavar el coche, dejar el tabaco, no lanzar improperios al conducir, ir al oculista, dejar de fumar, apuntarse a Tinder o dejar Tinder, no salir de noche, reducir el alcohol, visitar a la familia, bloquear un contacto, vestir de negro o de rojo, cambiar de casa, arreglar la lámpara del salón, ir a yoga, no llorar en público, ir más al teatro, leer todas las noches, no pegar los chicles bajo los pupitres, aprovechar las mañanas, intentar ser feliz o hacer felices a los demás (que no es lo mismo pero se parece), tomar vitaminas, caminar todos los días, escribir mensajes largos, hablar por teléfono más a menudo con quien siempre recibe feliz la llamada, comprar menos por impulso, sonreír mucho, tener proyectos, soñar con ellos e intentar cumplirlos, tratar bien a la gente, pensar en los otros, ponerse desodorante después de la ducha, expresar las emociones, borrar los miedos, reír por tonterías, abrazar a tu familia, vivir el presente, ir más de excursión, conocer mejor dónde naciste, celebrar los cumpleaños, dar las gracias por la vida, respetar las diferencias, proteger la propia identidad, soñar a lo grande, permitirte la nostalgia, comer helado de chocolate...