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A sus 53 años, el madrileño Antonio Monroy figura en el Guinness por ser la persona del mundo con más títulos universitarios. Atesora trece licenciaturas, dos doctorados y tres máster. Desde hace veinte años es profesor en distintas facultades y lo más asombroso de su experiencia es el resultado de una sencilla prueba a la que somete anualmente a sus alumnos al llegar a la universidad: más de la mitad de esos jóvenes que han superado todas las etapas previas de la educación formal no saben multiplicar. También desconocen datos básicos sobre historia, geografía o cultura en general. Este hombre, que empezó a estudiar carreras hace más de tres décadas, asegura que no es lo mismo entonces que ahora, pues el nivel ha bajado muchísimo y lo achaca al plan Bolonia.

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En España hace dos siglos, en una sociedad mayoritariamente analfabeta, se instauró una escuela primaria para que los niños aprendieran a leer, escribir, ortografía y aritmética elemental, además de la doctrina cristiana. A las niñas se les enseñaba sobre todo esto último, leer y escribir un poquito y las labores del hogar. Para cuando nació mi abuela, en el cambio de siglo pasado, el setenta por ciento de las mujeres españolas eran analfabetas. A ellas solo las dejaban ir a la escuela de los seis a los diez años. Cuatro cursos de instrucción para la vida. Ella, sin embargo, tuvo la suerte de alcanzar el alargamiento de la enseñanza obligatoria hasta los doce años. Siempre lo consideró un privilegio. Ávida lectora de prensa, fue una mujer culta, curiosa, con enormes deseos de aprender. Se volvería a morir si supiera que treinta años después de su muerte los jóvenes universitarios saben menos que ella y, lo peor, no les importa nada.