Versículos milenarios, sabios, buenos y justos, por su autor, nos sugieren: «No abandones a un viejo amigo, que uno nuevo no será igual a él. Amigo nuevo es como vino nuevo: deja que se añeje y entonces lo beberás…». Se bebía vino por lo menos desde Lot. Resulta curioso pensar en lo complicado que es hacer nuevos amigos, sobre todo cuando nos volvemos mayores. Y no hablamos de los viejos e íntimos amigos, esos que contamos con los dedos de una sola mano, que indulgentes nos acompañan desde siempre pese a nuestras incongruencias, sino de nuevos amigos que de repente te invitan a conocer otros modos de proceder.
Sin embargo, cultivar esas nuevas amistades implica gestionar algunos factores que no siempre dependen de nuestro ánimo. Como el tiempo. O más bien la pobreza de tiempo, que se define en el jubilado, no forzosamente en todos los casos, en tener demasiadas cosas que hacer y no disponer de tiempo suficiente para hacerlas, acogiéndose al trasmañanar. Esa escasez de tiempo, con el filtro de las experiencias y un barniz de prudencia, producto acaso de una excesiva memoria, lentifica que dediquemos ese poco tiempo que nos queda a alguien que no conocemos todavía… Y sin obviar en distinta lectura que «Nada previene la posibilidad de baches…», como le oí decir en cierta ocasión a en Nicolau des cotxo, veterano chófer de mi pueblo, quien desde Es Mercadal conducía un autobús pausado de color azul, que paraba en la plaza Bastión…
-Bon Nadal!