El día que el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, decretó la ley marcial para suspender la democracia en el país, intenté seguir la información a través de la televisión nacional. No lo conseguí. Una noticia de alcance como esa solo la ofrecían minuto a minuto, con analistas, datos y conexiones en directo cadenas como la CNN o la BBC. Por supuesto, en inglés. Para nuestras televisiones patrias era más importante cualquier programa idiota que tuvieran grabado.
Me parece perfecto cuando se trata de un negocio privado. Pero la televisión pública es un servicio, algo que nunca han entendido. Ya no la Primera, ni La 2, ni siquiera el canal 24 horas, que supuestamente se dedica a verter información durante todo el día, se salen del guion. Lo hicieron con la DANA, menos mal, aunque para caer rápidamente en esa vorágine lacrimógena y sentimentaloide que tanto les gusta porque gana audiencia. Es triste saber que RTVE acumuló un déficit millonario en gastos de viajes y dietas a pesar de tener contratados con una agencia la friolera de trece millones largos para dos años. Las informaciones revelan que el exceso de gasto se produjo en cosas inesperadas que quizá sí eran necesarias para su labor periodística: la guerra de Ucrania, la muerte de Isabel II, la erupción del volcán de La Palma. Pero parte del derroche se fue a eventos como el Benidorm Fest.
Que una empresa pública se dedique al entretenimiento vacío y a la lucha por la audiencia es una vergüenza. Y punto. El ejemplo más claro es lo de Broncano: 28 millones de nuestros bolsillos. Para eso están las privadas. La broma nos cuesta cien millones al mes, para que a todas horas nos ofrezcan la misma o parecida basura que las demás.