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Hace casi un año que los agricultores españoles se pusieron en pie de guerra contra las directivas europeas que les exigen cuidar la tierra y, con ella, nuestra salud. Tienen razón en que esas restricciones en fertilizantes, abonos, productos fitosanitarios y hormonas les hacen perder competitividad respecto a los campesinos de países pobres que pueden cultivar lo que quieran con todos los venenos que deseen. Pero ¿me van a explicar que eso es bueno? Ahora los que protestan son los pescadores. Con razón, porque lo que pretende Europa es sencillamente aniquilarlos. Del mismo modo que ellos han aniquilado los peces del Mediterráneo. Quizá lo que ocurre es que en un mundo tan sobrepoblado no haya manera sana de alimentar a todos y si adoptáramos los métodos tradicionales, más saludables, nos moriríamos de hambre. Tal vez por eso Europa acaba de firmar el acuerdo con Mercosur para abrir nuestras puertas a los productos alimenticios que allende los mares quieran producir. Por supuesto, sin tantas milongas legislativas. Sale más barato, sencillamente. Ahora nos envenenarán desde América del Sur y, como sus frutas y verduras salen más baratas, pues todos contentos. Especialmente los grandes distribuidores, que son los que se llevan la gran tajada. No le veo a este problema ninguna solución. Personalmente apostaría por la autarquía alimentaria, retornar a los años sesenta, cuando comíamos lo que se cultivaba, pescaba o crecía a diez kilómetros de nuestra casa. ¿Que no veíamos un aguacate o un kiwi? Pues tampoco pasa nada. Comíamos legumbres, verduras y fruta de temporada, abonados con el estiércol de los caballos de la zona, huevos, carne y pescado local, lo que recomiendan todos los médicos.