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Empecé a interesarme por el concepto «geopolítica» hace relativamente poco tiempo. Quiero decir que ni en el colegio ni en la universidad se mencionaba tal materia (al menos en mi facultad). En la prensa que leía por mis años jóvenes (El «Informaciones», «Diario 16», y la revista «Cambió 16», «El País» - que Dios tenga en su gloria-, «La Vanguardia» a veces) no se hacía demasiada mención (o no me fijé por entonces) al enfoque geopolítico que contextualiza las noticias. En la tele (que Dios la perdone) no aparecía nada parecido a un análisis geopolítico. Quizás Balbín en su «Clave» tocara estos temas, no lo recuerdo.

El caso es que desde la aparición de los podcasts y Youtube accedí a nuevas ventanas, muchas de ellas mediocres, mal informadas o tendenciosas (aprendí a detectarlas y descartarlas), pero algunas otras con agradables vistas a interesantísimos análisis. Entre estos últimos medios empecé a disfrutar de contenidos valiosos y confiables que ofrecían una visión aérea del bosque donde hasta entonces solo aparecían fotos de árboles.

Fruto de muchas horas invertidas en explorar este entorno, he llegado a algunas conclusiones.
La primera es que interpretar los hechos aisladamente conduce al espejismo. La segunda es que sigo ignorando el 90 por ciento de las verdaderas causas de lo que acontece en el mundo. La tercera es que las explicaciones que ofrecen las televisiones (no exclusivamente la nuestra - occidente-, sino en general) y los medios de comunicación oficiales que engrasan los partidos políticos (a pachas con las corporaciones), se limitan a reproducir los mantras dictados por quienes procuran que sus maniobras permanezcan ocultas, y a exponer algunas verdades parciales que sirvan de disimulado apoyo al cúmulo de orondas trolas que pretenden inocular en la opinión pública para que no monte pollos y para que vote lo que tiene que votar.

(Me pregunto, by the way, qué siente un «periodista» cuando, a sabiendas, emite información falsa dictada por un superior jerárquico. Intuyo que una sensación algo penosa).
Antes de caer del caballo, fui votante (como he confesado en otras ocasiones) de Felipe y de Zapatero. En mi patética ingenuidad pensaba que estas personas y su partido defendían unos ideales socialdemócratas que en parte compartía ya que daba por hecho que el socialismo era moralmente superior al liberalismo, aunque ya entonces comprendía que en la práctica tanto un sistema como el otro producían aberraciones.

Muchos de mis amigos y familiares piensan que es conspiranoico todo aquel que no acepta como verdadero exclusivamente lo que sale en la tele y los diarios ortodoxos. A las puertas de mi vejez pienso que son ellos quienes se comen entero el plato de lentejas, incluidas las piedrecitas que suele contener el paquete.

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Pienso que es conspiranoico creer que la tierra es plana, que el partido socialista (y el resto de partidos) buscan algo distinto a generar pesebre rico para sus miembros, que Europa es soberana, que los yihadistas son enemigos de los EEUU (los usan, los financian, los combaten según convenga, creo), que el 15 M se desarrolló como nos contaron, que sirven para algo las resoluciones de la ONU (explícaselo a Israel), que las revoluciones son fruto de la iniciativa popular, que hacienda somos todos, que la justicia es igual para todos, que los impuestos van a hospitales y carreteras…

Hay demasiadas cosas que no son lo que parecen, y a veces las que son exactamente lo que parecen son negadas o, cuando eso es imposible, perdonadas por el votante porque padece el fervor sectario que impide ser crítico y anima a balar en grupo.

¿Significa esto que todo es una mierda?

No. Ni mi familia ni mis amigos, ni la mayoría de la gente que conozco son una mierda. La vida es de hecho bonita (especialmente si uno vive en Menorca).

¿Y los amados líderes?, se preguntará.

Tienen sus cosas buenas: el amor de Biden a su hijo zascandil, al que indulta, el amor solidario del PSOE que indulta (y ovaciona) a sus choris, el amor de Mariano a Luis (sé fuerte), el amor de la fiscalía a la justicia, el amor (a secas) de Ábalos, el amor de Pedro a la verdad.