La semana pasada se produjo la noticia inverosímil, que apenas ha trascendido ni suscitado algún comentario, de que el Consejo de la UE (los ministros de Justicia y de Interior), en un nuevo alarde de brutalidad normativa, aprobó castigar penalmente a quienes socorran a los emigrantes en el mar, aunque estén ahogándose, equiparándolos así a los traficantes de personas, esa mafia. Una directiva, que por suerte España rechazó, y que permitirá a cada Estado decidir, según su política nacional, si se trata de ayuda humanitaria a náufragos en trance de muerte, o el tráfico mencionado. En realidad, la UE no sabe qué es humanitario y qué criminal, y la directiva actual de 2002, muy ambigua, ya lo considera cuestión de opiniones.
¡Crímenes opinables! Pero el Consejo, al que sin duda le falta un tornillo, aprovechó la semana pasada, a propuesta de la presidencia húngara, para reforzar aún más las restricciones migratorias y apretar las tuercas, favoreciendo la conversión de cualquier ONG en organización criminal. Como me costaba creerlo y apenas se habló del feo asunto, llegué a pensar si se trataría de un bulo, o de una exageración. Pero no, unos cuantos individuos en una habitación, sin pensárselo dos veces, consideraron un crimen toda ayuda humanitaria. El crimen del cuarto cerrado, en efecto, un clásico detectivesco que es casi un género policial en sí mismo, y en el que numerosos autores nos explican desde hace más de un siglo que en cuestión de crímenes nada es imposible.
Se supone que fue Poe, en «Los crímenes de la calle Morgue», quién inauguró los misterios criminales en cuartos cerrados, pero muy pronto le siguieron Sheridan Le Fanu, Conan Doyle, Chesterton, Fredric Brown y el famoso «Misterio del cuarto amarillo», de Gastón Leroux. Hasta Umberto Eco escribió de este enigmático crimen, en apariencia perpetrado por un ser sobrenatural, pero al que no le faltan casos basados en hechos reales, y nunca resueltos. Ignoramos si esos ministros del Consejo de la UE gozan de poder sobrehumano, o se reunieron en un cuarto amarillo, pero criminalizar el salvamento marítimo, una obligación ética universal anterior al Código de Hammurabi, y castigarlo como tal, es en sí mismo el peor crimen europeo en décadas. Y sin salir de la habitación. En fin, esperemos que sea un bulo.