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Tomás Carreras Artau (Gerona, 1879-Barcelona, 1954) fue un filósofo, etnólogo y político español, catedrático de Ética en la Universidad de Barcelona (1912-1949), que en 1923 fundó la Sociedad Catalana de Filosofía, filial del Instituto de Estudios Catalanes, y militó en la Liga Regionalista, como diputado del Parlamento de Cataluña, junto con su hermano Joaquín, también catedrático de la misma universidad, el cual estaba vinculado, a través de su maestro Llorens y Barba, a la escuela de filosofía de dicha universidad.

Ante la opinión de algunos escritores, a principios del siglo XX, de que en España no existían filósofos de fama reconocida internacionalmente, opinión, que, en su día, yo escucharía, asimismo, de algún hispanista en Estados Unidos; no obstante, Tomás Carreras salió al paso críticamente contra esta interpretación, en sus obras de Historia; en su «Introducció a la història del Pensament filosófic a Catalunya» (1931, Llibreria Catalònia), destacó la genuina filosofía de Jaime Balmes, bien reconocida; pero, sobre todo, prestará atención a la filosofía de Ramón Llull, a quien dedicará un riguroso análisis. Nos recuerda Tomás Carreras, que un «il·lustre menorquí, voluntàriament expatriat, Josep Miquel Guàrdia, impugnador acèrrim de la ‘Ciencia Española’ de Menéndez Pidal, mogut per les seves idees filosòfico-polítiques, fos, no obstant, un dels primers a estudiar alguns dels antics filòsofs catalans, i servís a la seva manera la causa de la Renaixença catalana» (p. 21). También recuerda que, en 1902, un joven sacerdote, Mn. Salvador Bové, proclamaba la existencia de una filosofía catalana, «filosofia nostrada, nacida, como ‘ex visceribuis rei’, del pensament catalá». Dice Tomás Carreras: «Esta filosofía no es otra que la de Ramón Llull... el pensador más grande de la nostra nacionalitat... Llull es el representante filosófico del alma catalana, la filosofía luliana, la filosofía nacional de Cataluña... que ni Luis Vives ni el doctor Llorens y Barba podían aspirar a título de filosofía nacional de Cataluña».

Bien se sabe que Ramón Llull era de Mallorca y en sus obras se expresa en mallorquín-catalán, en latín, en castellano y otras lenguas; se hace difícil disculpar a Tomás Carreras de no advertir que, a mediados del siglo XVII, el impulsor y promotor de la obra filosófica luliana fue precisamente el fraile franciscano menorquín, Francesc Marçal. Este descuido, probablemente involuntario, de Tomás Carreras, no concilia con la tesis de Marcelino Menéndez y Pelayo.

Joaquín Carreras (1950, «Historia de la filosofía», ed. Alma Mater, Barcelona) recuerda algunos aspectos de la filosofía de Ramón Llull. Señala que éste comparte el ideal del franciscanismo de elevar la vida cristiana a su máxima perfección; pero este ideal sustantivo añade otro circunstancial: la universalización de la religión de Cristo. El filósofo mallorquín parte de un escaso número de conceptos primarios; y, estableciendo sus varias combinaciones posibles, según ciertas reglas, llega no solo a determinar todas las cuestiones que cabe plantear en torno a un tema dado, sino a obtener automáticamente sus soluciones. Para la inteligencia de ese mecanismo de pensar, germen de la combinación universal de Leibnitz y de la moderna lógica matemática, Llull inventó varias figuras circulares, triangulares y de otras formas, unas fijas y otras móviles, gracias a las cuales el manejo de su ARTE es puesto al alcance de cualquier persona culta (pp. 166-167). Francesc Marçal nació en Mahón en 1591 y falleció en Palma de Mallorca en 1688. Fue filósofo social franciscano, destacando como profesor universitario tanto en la Universidad Luliana de Palma como en Roma, y publicó diversas obras. Se convirtió en el principal especialista de su época sobre la obra de Ramón Llull, que trató de identificar bien, y señaló su modernidad.

La historia la trazan los políticos, pero, lamentablemente, los economistas menos. La política en España no suele conectar directamente con la filosofía, y muy poco con el conocimiento de la lógica de la economía política vinculada con el pensamiento filosófico correcto del momento histórico. Así, en tiempos contemporáneos, el fracaso político del gobierno republicano del bienio 1932-1933 fue por un grave error de política económica del gobierno y del Banco de España, que frenaron la mejora social con un inapropiado plan de estabilización monetaria. Y la desaparición del partido UCD en 1979-1981, activo de la transición política, fue causada, sobre todo, por la imposibilidad lógica de combinar un partido presidencialista con el apoyo de tres partidos políticos, que, aunque democráticos, fue insuficiente que les uniera su centrismo común. La social democracia entró en crisis con la devaluación del dólar en 1971-1972 y con la crisis del petróleo; y la democracia cristiana, apenas contó en España con un cuerpo filosófico que la sustentara, a diferencia de Francia, donde pudo apoyarse, particularmente, en la metafísica de Jacques Maritain (1882-1973), quien acabaría siendo embajador en Roma, cultivando amistad con Pablo VI, e influyendo en la política democristiana de Italia. En el mundo occidental se impondría el neoliberalismo radical, que persiste.