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William Wordsworth, poeta romántico inglés, escribió: «The Child is Father to the Man» (El niño es el padre del hombre) Yo creo que este verso incluye una gran verdad. Parece que la frase significa que la pureza natural del niño, su innata inocencia y alegría, su visión maravillosa del mundo, junto con sus experiencias durante la infancia, conforman la futura naturaleza del hombre adulto. En ese sentido también se expresó el poeta austríaco Rainer Maria Rilke cuando dijo que la verdadera patria del hombre es la infancia. Es durante ese periodo que el hombre adquiere sus raíces, conoce sus orígenes, sus antepasados, aprende su historia y su cultura, además de sufrir los perjuicios de su nacimiento o gozar de los privilegios de su entorno. Es posible que el futuro hombre sienta nostalgia de los sueños, los juegos, los compañeros, los colores, los sabores y hasta de los ruidos de su niñez, como si no hubiera terminado de llegar nunca a la edad adulta.

Los padres salesianos nos decían que es cuando el árbol está tierno que deben corregirse sus defectos, porque si crece torcido quedará así toda la vida. A todos nos sigue influyendo lo que nos inculcaron durante la niñez. Hasta tenemos miedo de desobedecer los preceptos y manías que nos enseñaron, como si estuviéramos pecando contra la memoria de nuestros padres, pese a que sabemos que en algunas cosas se equivocaban y comprendemos que hicieron cuanto pudieron teniendo en cuenta lo que ellos sabían, que querían lo mejor para nosotros.

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Algunas cosas eran absurdas, y sin embargo las suavizamos en la idealización de nuestros recuerdos. Decían que «la letra con sangre entra», pero yo diría que la frase no resulta del todo exacta, que la letra entra mejor con ilusión, con ganas de obtener un beneficio que nos parece agradable. Se oye todavía la afirmación: «Antes hacía más frío» y recordamos las caminatas a pie bajo la lluvia para ir al colegio sin llegar a pensar que hoy las viviendas están mejor acondicionadas contra el frío y la humedad y que ahora los niños suelen ir en coche al colegio.

Sabemos que teníamos que ayunar doce horas antes de ir a comulgar y no nos percatamos de las facilidades de hoy, que había una media de cuarenta alumnos por aula y que los maestros tenían licencia para pegar y decimos que había mucho más orden y disciplina, cuando lo que había era puro «jarabe de palo». Crecimos como pudimos y somos así, aunque acaso resulte inexacto lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor.