TW

El tiempo, que corre más que un galgo y que de cada vez nos va dejando más atrás, me obliga a solo diez día de Navidad a recordar algo que casi se me pasa. Mi buen amigo Cristóbal junto con su familia han llenado su escaparate de Papelería Tramontana y parte de su interior, de un sinfín de figuras, cuevas de nacimientos, casas, pastores y Reyes Magos, vamos lo que se dice todo lo necesario para montar un belén. Desconozco si cuando alguno dice de nuestros políticos que «han montado un belén» tendrá algo que ver con la Navidad o no, pero sea como sea yo me refiero al clásico, al que montábamos junto con nuestros padres como una tradición generacional. La importación costumbrista del árbol navideño ha hecho que muchos hogares se limiten a ello y dejen de lado al clásico belén, cuando la palabra ya de por sí significa nacimiento. Francamente, yo creo que ambos elementos casan muy bien con la celebración de estos días que se avecinan y deberíamos estar por encima de algunos prejuicios para seguir apostando por esos dos elementos. Las tradiciones, las nuestras y las de los demás, deberían ser respetadas y sobre todo conservadas por el simple hecho de no querer que desaparezcan. Nos cuesta poco borrar y luego somos incapaces de saber cómo recuperarlas.