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Cosas increíbles que ocurren en el mundo. El líder de una de esas pandillas de asesinos enloquecidos que campan a sus anchas por Haití ordena la matanza de un centenar de personas mayores porque estaba convencido de que con técnicas de brujería habían provocado la enfermedad de su hijo. Siglo XXI. Si metes algo así en una novela o en el guion de una serie televisiva te acusan de inverosímil. Una vez más, la realidad supera a la ficción. Lo triste es que este axioma siempre resulta cierto para lo malo. El ser humano se sublima a sí mismo en cuanto a abyección. Si aceptamos que estos son seres humanos, claro. Recuerdo cuando el país más pobre de América y uno de los más castigados del planeta -junto a Somalia y Afganistán- sufrió un terremoto bestial en 2010.

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Todas las ONG del mundo corrieron para allá, millones de personas bienintencionadas donaron dinero para ayudar a aquella pobre gente desamparada por una clase política criminal y por las fuerzas de la naturaleza. Más de trece mil millones de dólares, una cascada capaz de volver a poner en pie la nación y a sus doce millones de habitantes. ¿En qué quedó todo eso? Obvio, en que sus líderes ultracorruptos, que se han apoyado en la violencia para mantener su estatus, son ahora más ricos que nunca. Como suele suceder con estos países mierdosos, culpan a Estados Unidos o a toda la comunidad internacional de sus males porque nunca han hecho otra cosa que vivir de la caridad ajena. Una caridad que parece agotada, con razón.

Hoy, Haití es el infierno y nadie quiere apostar nada por ellos. Solemos tender a sentir lástima por quienes sufren y considerarlos víctimas, pero en este caso ¿no son ellos mismos quienes han decidido su destino?