Bien conocida la frase atribuida a Rousseau: «tras la muerte de cualquier régimen político, la autopsia siempre es la misma: suicidio».
Véase los once días que han necesitado unos rebeldes sirios de incierto pelaje, para entrar en Damasco. O recuérdese a los talibanes en Afganistán pisando los talones a los aviones de los poderosos EE.UU. embarcando, hacinados, a los últimos evacuados.
Podríamos referir cien ejemplos más. Muchos, seguidos de violencia; otros más moderados y controlados, asumidos por sociedades más asentadas y maduras. Portugal es un ejemplo de cambios revolucionarios relativamente moderados. Tampoco lo hicimos mal los españoles entre 1975 y 1978, porque unos políticos fueron enormemente responsables y una sociedad asentada en una nueva clase media, no estaba para nuevas aventuras. Pero recordemos el gesto de aquellos diputados que votaron por el cambio que proponía uno de ellos, Adolfo Suárez. Se habían hecho el harakiri. Es decir, suicidado con honor, al estilo japonés. Quiero imaginar los esfuerzos mentales que tuvieron que superar; las presiones familiares y de amigos; la pérdida indiscutible de poder en sus demarcaciones. Quizás nunca valoraremos este esfuerzo que estos días alrededor de la conmemoración del referéndum que convalidó nuestra Constitución, hemos centrado en el propio Adolfo Suárez, en los siete Padres que la redactaron, con otros dos en la sombra, como fueron Abril Martorell y Alfonso Guerra.
Creo no obstante que, para una sociedad, como para las personas, siempre el suicidio es traumático. Mejor aspirar a una muerte natural por edad, con un testamento bien redactado y unas últimas voluntades dirigidas al bien general. En este sentido los pueblos sajones -Reino Unido al frente- nos brindan un buen ejemplo.
Y hoy me pregunto qué camino estamos tomando. Porque desde 2004, se intentan desmontar todas las referencias que he citado de Adolfo Suárez, de los padres de la Constitución, de los 15 millones de españoles que la aprobaron, del harakiri de unos diputados, de una Carta que ha resistido dos golpes de estado y un relevo Real, después de dos siglos y medio de utilizar el fusilamiento y el asesinato, como armas de acción política.
Desde 2004 este esfuerzo institucional está rodeado de enemigos por todas partes; los de Podemos vendían que el régimen de 1978 estaba «carbonizado»; otra vez la hoguera y el fuego. Por su parte los separatistas «dragando» como dicen los franceses, contra el Estado, siguen insolidarios hasta en el decir, porque del comer ya lo son desde hace tiempo. Nos lo recordaba un valiente extremeño Rodriguez Ybarra: «tener dos lenguas no equivale a tener dos bocas».
De seguir así, vamos directos al suicidio gubernamental sazonado de corrupción, cuando el primer pacto que deberían asumir los partidos sería: «como grupo, como la Iglesia, un equipo de fútbol, una comisaría, una coral o un sindicato, estamos formados por personas; y por exhaustivos que sean los controles, alguien fallará; lo importante es diferenciar al individuo del conjunto». Con esta sencilla regla, el consenso sería mas fácil. Sustituiría al odio generalizado, grupal, que vivimos. Odio que hace que dos administraciones sean incapaces de coordinarse ante una tragedia como la de Valencia. ¿Cómo proponen hablar de reformar la Constitución -en mi opinión también necesaria- si saben que este consenso que se consiguió en 1978, hoy es imposible. Porque Valencia no es el único índice preocupante: tenemos un problema grave con la inmigración descontrolada; las cifras de familias que no llegan a fin de mes es alarmante; el coste o alquiler de la vivienda inasumible para las generaciones jóvenes; el pago de las pensiones de difícil solución, en tanto unos separatismos insolidarios, van diseñando una España a dos velocidades1.
Todo esto sería abordable conjuntando esfuerzos, analizando posibles soluciones, evitando que la política invada terrenos puramente técnicos. Dicen «un cargo electo no tiene porqué saber de emergencias». Pues, que las normativas den autoridad a los técnicos que sí entienden. Un régimen construye la presa de la Forata que absorbió el 50 por ciento de la riada del 29 de octubre; otro entierra similares proyectos para la Rambla del Poyo. Ahora, al coste de más de 200 muertos, seguramente se recuperarán los de 1957, cuando Valencia ya sufrió otra riada. ¿Por qué no se dejaron las decisiones a los técnicos de la Confederación del Júcar?2.
Cuando tenemos los mejores ingenieros reconocidos por medio mundo, aquí, país de pertinaces sequías y riadas incontroladas, dejamos decisiones tan trascendentes como un Plan Hidrológico Nacional en manos de políticos.
La Historia nos enseña -Damasco ahora- que el granito más duro cede, si tiene los pies de barro.
Temo que vayamos dirigiéndonos sin rumbo fijo a la sala de autopsias, a punto de confirmar la sentencia de Rousseau.
1 A la idea del «suicidio» se ha referido Alfonso Guerra estos días, al citar los pactos del Gobierno con los separatistas.
2 Ya le llamaban los árabes- Xucar- «el destructor»
* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 12 de diciembre de 2024.