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Tras el florecimiento de los movimientos de indignados polinizados con la crisis económica iniciada en el 2008, nuestros oídos se acostumbraron al grito de «no nos representan», intentando proscribir a los miembros del Congreso o de nuestro Parlament a la sazón, etiquetándolos como ‘casta’.

En el año 2024 ya no se oye ni esa exclamación ni ese dicterio, por lo que cabe deducir que aquellos indignados se sienten –o sientan– representados en los parlamentos actuales, y que, visto el nivel de confrontación y polarización, se hallan cómodos, renunciando a los ‘frutos’ que se esperaba que se desarrollasen de aquellas reivindicaciones ciudadanas que brotaron con aquel enojo. La ‘fructosa’ que les endulza hoy su relato político se reduce a lanzar improperios hacia Vox y sus seguidores, no obstante, claramente insuficiente para mantener las cosechas de las primeras contiendas electorales.

Llámeme clásico, pero me gustaba más la política anterior que la presente, donde los parlamentarios se comían el ‘coco’ para fundamentar sus argumentos, con datos, referencias de hechos y personajes de nuestra historia, exprimiendo figuras retóricas, y no el nivel actual, que, salvo contadas excepciones, se cimientan en medias verdades o directamente mentiras –bulos en el neolenguaje moderno– y en la falta de respeto al adversario –llegando a insultos y ofensas–, o proliferan aplatanados.

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Una dialéctica cortés no debe ser incompatible con la vehemencia de los diputados o ministros en la defensa de sus ideas o posicionamientos. Para atraer el interés de la ciudadanía –y de los periodistas– la política requiere del lanzamiento de dardos a los adversarios sobre temas en los que haya ‘tomate’. Aunque, ya se sabe que, en la política, es como en el mundo traidor de Campoamor, nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira; no es discordante con ser decoroso.

No me gusta la fruta política actual que se basa en la mala ‘uva’, sobre todo desde que la media ‘naranja’ del presidente español tiene problemas con la justicia –nutrida con tráficos de influencia o privilegios en una institución educativa pública.

A Sánchez le importa un ‘pimiento’ no llegar a consensos necesarios para solucionar problemas de estado como la vivienda, la migración, la situación geopolítica o el deterioro de las instituciones; le seduce especialmente más una ‘tomatina’ con Ayuso, como con el ejemplo último de fomentar la propalación de asuntos privados de la pareja de la presidenta madrileña –es un insulto a la inteligencia pensar que no están detrás de las filtraciones, fiscal general incluido.

Todo apunta que, en la estrategia de Sánchez, parece dar por estancado electoralmente a Feijóo, y ve como amenaza a Ayuso para su supervivencia en el Gobierno, de ahí que sea el objetivo de sus campañas en la fangoesfera, pero a diferencia del gallego, a esta sí le gusta de lasa, y por ahora el socialista siempre se ha llevado ‘calabazas’ electorales cuando se ha enfrentado –indirectamente– a ella, y además, a pesar de las presiones para que Feijóo coma más fruta cuando es reconocido que no le gusta, es muy atrevido pensar que su ‘fruto’ caiga antes de madurar.