Rémora al ajillo
No abundan las recetas para cocinar rémoras, ni es fácil encontrar este pez en las pescaderías y mercados, porque aunque algunos gastrónomos exquisitos paguen elevadas sumas por él, la mala fama de su nombre, que en latín significa demora y en sentido figurado alude al sujeto que se te pega, te entorpece y demora, así como sus ojillos malignos, disuade a mucha gente de comerlo. Aunque sea una criatura célebre y muy literaria, a la que Plinio el Viejo atribuye la derrota de Marco Antonio en la batalla de Actium contra Octavio (31 aC) al demorar su fragata, en general nadie quiere saber nada de rémoras. Dan aprensión, generan escrúpulos no solo gastronómicos. Quién no tiene que aguantar a diario numerosas rémoras. Tonterías. Cierto que Marco Antonio y Cleopatra se suicidaron poco después de esa derrota, pero como siempre, lo que ahuyenta al posible comensal es la palabra (¡rémora!), la imposibilidad de digerir semejante palabra, y no el animal en sí, que es un pez bastante común. Cabrón, chupón, pero un pez al fin y al cabo. No se trata de entablar amistad con él, solo de comerlo. No tiene espinas, lo que facilita su preparación, aunque sí un cogote plano y cartilaginoso con el que se fija por succión a los cascos de los navíos o la panza de los tiburones (rémora tiburonera), y que es preciso extirpar para poder cocinarla.
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