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Acabamos de despedir el Ciber Lunes, por si se nos había quedado algo en la cesta de la compra virtual después del Viernes Negro, que fue hace solo cuatro días, pero que se ha instalado en las tiendas, físicas o virtuales, en la publicidad y en el ánimo consumista prenavideño durante todo noviembre. Venía precedido de Halloween, otra historia importada pero qué demonios, nunca mejor dicho, hay que gastar y pasarlo bien. Las dos fechas para consumir en el calendario son inventos estadounidenses, reyes indiscutibles de la mercadotecnia, y nadie en la era globalista hace ascos a las efemérides que generan negocio.

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El caso es que se encadenan eventos para que la rueda del consumo no pare, no hay respiro. Antes había fechas señaladas, las rebajas seguían un orden, sabías a qué atenerte, esperabas con paciencia a que un producto de temporada que valía equis tuviera su correspondiente descuento real, y procedías a la compra, puede que no consciente pero sí muy premeditada. Sabías entonces que, efectivamente, había valido la pena, era una ganga o, tal vez, éramos consumidores en pañales, inocentes, que nos creíamos todo lo que ponía en la etiqueta. Ahora que hay promociones constantes y eventos consumistas a destajo ya el chollo necesita un rastreo meticuloso.

Hay que seguir el precio desde meses atrás, concienzudamente, y esperar a que en el dichoso Black Friday sea rebajado de verdad. La Organización de Consumidores lo hizo, siguió la evolución de 15.175 precios de productos de 36 categorías, desde el 1 de septiembre hasta el 29 de octubre, un mes antes del viernes negro de este año. Y... sorpresa, solo un 30 por ciento de los productos estaban más baratos. El 27 por ciento no varió y un 43 por ciento incluso subió de precio y no poco, el aumento medio fue de un 13 por ciento, mientras que el descuento medio fue del 8 por ciento. La oferta en 7 de cada 10 productos no existió, fue un invento de marketing.