La política contemporánea parece haber alcanzado un punto crítico. La codicia, la ambición desmedida, la mediocridad y la ausencia de principios éticos predominan en los gobiernos de todo el mundo. En este escenario de degradación, las enseñanzas de Plutarco, el moralista y biógrafo griego, y del cardenal Jules Mazarino, el astuto regente de Francia, ofrecen una guía de orientación. Ambos entendieron que el liderazgo no es simplemente un ejercicio de poder, sino un arte que exige virtud, sabiduría y una visión estratégica. En contraste, las carencias de la política actual son un recordatorio constante de cuánto hemos olvidado estas lecciones fundamentales.
Plutarco enseñaba que el poder no es un privilegio, sino un deber. En «Vidas Paralelas», retrata a líderes como Solón (estadista ateniense) o Licurgo (legislador de Esparta), que sacrificaron sus propios intereses para instaurar leyes y estructuras que garantizasen el bienestar común. Para Plutarco, el líder ejemplar entiende que su autoridad es una herramienta al servicio de los gobernados, y no un medio para el enriquecimiento personal o la autopreservación.
En contraste, la política actual parece operar en sentido contrario. gobiernos plagados de corrupción, nepotismo y el saqueo sistemático de recursos públicos son síntomas de una crisis ética profunda. Asistimos con impotencia a la consolidación de élites políticas que priorizan sus ambiciones sobre el interés general. Así pues, recuperar la idea del poder como servicio público no es solo un desafío ético, sino una necesidad imperativa para restablecer la confianza en la democracia. Sin líderes que prioricen el bien común, la legitimidad de los sistemas políticos seguirá erosionándose.
Por su parte, el cardenal Mazarino, en su «Breviario de los políticos», nos describe la importancia de la discreción y la simulación en el arte de gobernar. Para él, la política requiere anticipación, paciencia y la habilidad para mantener ciertas intenciones ocultas hasta el momento oportuno. Sin embargo, esta estrategia pragmática, que tenía como fin el fortalecimiento del Estado, ha degenerado en una política de manipulación sistemática.
Por desgracia, hoy España es ejemplo de ello. Y es que la simulación se utiliza no como herramienta estratégica, sino como un arma de engaño continuo. Los discursos políticos están plagados de promesas vacías y frases calculadas para apelar a las emociones de los ciudadanos, mientras que las verdaderas intenciones —ya sea el enriquecimiento personal o la consolidación del poder— permanecen ocultas.
Este abuso de la simulación, sin resultados tangibles que lo respalden, inevitablemente mina la legitimidad del líder y la mentira reiterada se convierte en el núcleo de la desafección ciudadana, que se traduce en un desencanto masivo con las instituciones democráticas y un auge del populismo como respuesta desesperada.
Otras de las cuestiones a destacar es que uno de los pilares fundamentales del liderazgo, según Plutarco, es la formación intelectual. Para Plutarco, un gobernante sin formación adecuada es como un marinero sin brújula: incapaz de navegar por las aguas turbulentas de la política y el conflicto.
Sin embargo, en la actualidad, la formación intelectual de los líderes parece ser una prioridad olvidada. En lugar de estadistas preparados, vemos gobernantes cuya única credencial es su habilidad para movilizar masas o mantenerse leales a un aparato partidista.
Mazarino predico con el ejemplo. Se rodeó de los mejores intelectuales y diplomáticos, consciente de que el liderazgo no puede ejercerse en soledad. La experiencia nos ha demostrado que un buen gobernante no solo debe estar formado, sino también asesorarse por personas más sabias que él mismo. Sin esta humildad intelectual, la política se convierte en un ejercicio de vanidad y mediocridad.
Voy a terminar este comentario destacando que la falta de virtud nos lleva al poder sin ética. Por ello, Plutarco insistía en la importancia de la virtud en el ejercicio del poder y es así como en sus retratos de líderes, subrayaba que la combinación de autoridad y prudencia era esencial para mantener la lealtad de los gobernados.
En la política actual, esta lección ha sido ignorada. El equilibrio entre autoridad y prudencia ha sido reemplazado por dos extremos muy dañinos: la represión autoritaria o la permisividad absoluta. Hoy nos sobran ejemplos de Gobiernos que recurren a la fuerza para silenciar a la oposición y otros que toleran la corrupción de sus aliados destruyendo así la confianza en el Estado de derecho.
Sin virtudes como la justicia, la moderación y la prudencia, el poder se convierte en un arma de destrucción social. Gobernar sin principios no solo mina la legitimidad del líder, sino que fomenta el caos y la desintegración del tejido social.
En conclusión: propongo trabajar hacia una reconstrucción de la política basado en la virtud, para destruir la codicia, la ambición desmedida, la mediocridad y la falta de principios éticos, que son las causas que han erosionado la confianza en la política y sus representantes. En este contexto, las enseñanzas de Plutarco y Mazarino no solo son pertinentes, sino urgentes.
En definitiva, tanto Plutarco como Mazarino, nos recuerdan que el liderazgo verdadero requiere virtudes como la integridad, la sabiduría y el servicio al bien común. Gobernar es un arte que exige no solo ambición, sino también responsabilidad; no solo autoridad, sino también prudencia; no solo estrategia, sino también visión ética. El reto está en nuestras manos. Hay que recuperar las lecciones de Plutarco y Mazarino.