Seguro que usted se ha quemado en más de una ocasión, cientos de veces diría yo. Ya sé que sus amigos le consideran el rey de las barbacoas, que no se le quema ni un entrecot y lo mejor de todo es que cuando le dicen en qué punto desea su carne, va usted y lo borda, poco hecha, en su punto o como la suela de un zapato, como se diría a gusto del consumidor.
Pero como hasta al mejor jinete le tira el caballo, un día cualquiera de su monótona vida tocan a su puerta y aparece ante usted ese amigo que hace años tuvo que emigrar y del que casi había usted olvidado su cara. Le dice que tiene un gran problema y que precisa que le eche una mano y usted lo hace, cómo no. Con el tiempo descubre que su amigo no lo es tanto y que sin saberlo le ha metido a usted en un embrollo poco limpio.
El rey de la barbacoa que tanto asado ha pasado por su parrilla se da cuenta que no tenía que haber puesto las manos en el fuego. Busca mil excusas para deshacerse de su amigo que ya ha dejado de serlo para convertirse en un simple conocido. Aprende la lección con la fuerza que da la experiencia aprendida a bofetadas y llega a la conclusión de que no es fiable quemarse las manos por nadie, únicamente con los tuyos, los que viven bajo tu techo y que son los únicos por los que te dejarías quemar de pies a cabeza.